Escrito por la Hermana Rocio Sanchez, Clarisa Capuchina

INTRODUCCIÓN

Acercarse a la persona de la Beata Ángela Astorch a través de sus escritos personales implica descubrir la riqueza que encierra la entrega de su vida, consagrada totalmente a su Esposo de sangre (nombre que le daba a Cristo con motivo de sus desposorios con él), a quien entregó no sólo su vida sino también su voluntad, deseos, obras, pensamientos,… todo aquello que le llevaba al despojo total para lograr la unión completa con él. Dentro de este camino interior, como ella llama al conjunto de “misericordias” divinas que no hallan vocablos idóneos de expresión destaca su fecunda vida litúrgica, mediante la cual se sumergió en la contemplación de Aquel que constituía su único interés en la vida.

El siguiente estudio pretende ser un recorrido a través de la experiencia que la Beata Ángela hizo de la Liturgia, la “fuente y cumbre” que le permitió empaparse, a través de los diferentes elementos litúrgicos, de los misterios divinos, por lo cual el Papa Juan Pablo la llamó “la mística del breviario”.

Los temas a tratar son en torno a la Sagrada Escritura (apartado uno), el año litúrgico (apartado dos), el Oficio Divino (apartado tres) y los Sacramentos (apartado cuatro). Cada uno de estos contenidos encierra una riqueza particular, que la b. Ángela supo profundizar ya sea a través del rezo y la oración diaria, o en los diferentes momentos en que era “arrebatada” por el Señor para regalarle sus “misericordias”. He dedicado un apartado a la Sagrada Escritura por su centralidad en la liturgia y la importancia que le otorgaba la b. Ángela desde su niñez.

Los testimonios de la b. Ángela han sido tomados del libro Mi camino interior (Lázaro IRIARTE, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1985), que contiene sus experiencias espirituales, escritas por mandato reiterado de sus confesores.

1. SAGRADA ESCRITURA

Los escritos de la b. Ángela están impregnados de la Sagrada Escritura. Ya desde su niñez meditaba durante “dos horas en la Pasión de Cristo” (V, 226), atrayéndola el Señor por medio del gusto y deleitación suave con la lectura de los salmos y Sagrada Escritura, “de cuya lectura estaba su corazón apasionado” (V, 138), naciendo en ella el deseo de ser santa. Este gusto continuó vivo en ella, y con más ímpetu, cuando abrazó la vida religiosa, en que, “desde que despertaba, ya se sentía llamada y solicitada del Señor con lugares particulares de la Escritura, Evangelios y Cantares” (I, 27), uniéndose a ello su inclinación hacia el Latín.

En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es muy grande. Pues de ella se toman las lecturas […], y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu (S.C. 24), estos elementos constituyen un núcleo muy importante en la libertad espiritual de la b. Ángela quien “con frecuencia hace adaptaciones personales, casi siempre con impecable corrección latina”.

Este encuentro con la Palabra se realizó sobre todo en el rezo del Oficio divino y en la celebración eucarística, “ella vive intensamente cada celebración, los varios tiempos del año litúrgico se suceden en su espíritu, cada uno con su propio significado, hechos verdadera experiencia infusa. Mientras va recitando los salmos, las antífonas, los responsorios, se siente invadida de luz superior  arrebatada en Dios, sin que ello le impida mantener la atención externa a la ejecución coral”.

2. AÑO LITÚRGICO

El año litúrgico tiene un valor pedagógico en la medida que permite penetrar sucesivamente en los diferentes aspectos de la salvación cristiana. Durante este ciclo anual la Iglesia celebra los misterios del Señor, cuyo núcleo es el Misterio Pascual, y el domingo, como celebración semanal de la Pascua. Su importancia en la vida de la b. Ángela es vital ya que cada uno de los tiempos litúrgicos (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Ordinario) constituían para ella el motivo de su contemplación.

2.1 Día del Señor   

La celebración del domingo, día del Señor, no lo reduce la b. Ángela a la eucaristía. Este día es santificado también por la Liturgia de las Horas, la adoración eucarística, lectura y meditación de la Palabra de Dios.

Ella describe diversos momentos de su vida en el día domingo, día del Señor: en la oración de Prima en que experimenta la asistencia de Cristo resucitado, que aviva en ella la fe en el misterio de la resurrección de la humanidad de Cristo (V 40); en el momento de comulgar, en que sólo reina una unidad con su divino Señor, por medio de su santísimo cuerpo sacramentado (V 209) y reconoce su vileza e indignidad de recibirlo, experimentando un amor tan entrañable de su divina Majestad (IV, 134). En este día del Señor la comunidad canta las horas, y ella como maestra de coro lo anima experimentando un rejuvenecimiento al celebrar dicho Oficio Divino.

Vive con intensidad los tiempos litúrgicos, contemplando los misterios de Cristo mediante los textos propios de cada domingo, tanto de la Misa como de la Liturgia de las Horas, por ejemplo el primer domingo de Cuaresma en que se le manifiesta Cristo solo en el desierto, careciendo de compañía, sintiéndose ella llamada a la soledad y olvido de todo lo del mundo, quedando sola con él en una pacífica interioridad y silencio de potencias grande (V 14); estos tiempos la preparan, además, para este encuentro con el Señor, derramando abundantes lágrimas en la misa conventual deseando la felicidad y gloria de todas las criaturas (V 14-16).

2.2 Tiempos litúrgicos

Cada uno de los siguientes apartados es una muestra de cómo la b. Ángela aprovechaba cada uno de los tiempos litúrgicos para permanecer unida a su Esposo de sangre, en creatividad litúrgica constante.

2.2.1 Adviento y Navidad

El Adviento para la b. Ángela es el tiempo en el cual “principia nuestra madre la Iglesia a darnos alegres nuevas, para que descansen los ayes y gemidos de pedir su venida (del Señor) acá entre nosotros” (IV, 36), expresando así la esperanza que alimenta la vida del cristiano que aguarda la manifestación del Redentor y confirmando la intención de la Iglesia que en este tiempo “actualiza esta espera del Mesías participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, en que los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida” (CCE 524). Esta actitud de espera activa se refleja en la beata cuando en una ocasión estaba en su interior triste y cuidadosa de qué modo acertaría a prevenirse para celebrar el santísimo Nacimiento de Cristo (V, 100, p. 482). Esta disposición interior por no dejarse llevar de la rutina en las diversas celebraciones litúrgicas le lleva a abrir su breviario y ver una imagen del Eccehomo, fijando su mirada en las manos atadas, y recibiendo un habla interior: Nací para estar como me ves y morir” (V, 100, p. 482). Es ésta la teología y espiritualidad del Nacimiento de Cristo, principio de la acción redentora del hombre, la cual es más sublime que la creación (oración colecta de navidad, misa del día). Este misterio lo observa la b. Ángela como otra s. Clara de Asís, que en Jesucristo “contempla, como en un  espejo su nacimiento pobre, su vida humilde y su muerte por amor (cfr. Cl4C, 19-23). Las celebraciones litúrgicas no son independientes, una remite a la otra, porque se realizan en torno al acontecimiento salvífico realizado en Jesucristo.

Sin embargo, aun con toda la disposición interior necesaria, la b. Ángela no quedaba exenta de las consecuencias del trabajo agotador decembrino, los cuales califica como “días tan ocupados en el exterior y, así, contrarios mucho a su inclinación interior” (V 47), en que a pesar de su deseo de gozar al Señor recién nacido, las inteligencias acerca de los misterios y alabanzas, con todo lo demás, que se decían en los oficios, la cansaban terriblemente  (V 47), pero no por eso cedía en su esfuerzo por descubrir la presencia del Señor a lo largo de la jornada a fin de hacer vida la exhortación de la Regla de s. Clara a no apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual deben servir todas las demás cosas temporales (VII, 2).

2.2.2 Cuaresma y pascua

La Cuaresma es para la b. Ángela el impulso y renovación de su diario vivir, imitando a su esposo amante.

Es esta contemplación de la Pasión de Cristo la que impregna su vida, con quien estaba unida como esposa de sangre y amor y cuya alianza realizó con voto ante su padre confesor y director espiritual y toda la comunidad, abrazando mediante este acto constantemente la cruz, hacia la cual “experimentó grande inclinación y cercanidad de parentesco […] no apartándose de ella ni de día ni de noche” (V, 139). Este amor la lleva a practicar en sí misma penitencias que la asemejen a Cristo sufriente, hasta llegar al derramamiento de sangre como en el ejercicio del pretorio o de la columna, que ejecutaba con la ayuda de una religiosa (II, 49; IV, 64) o dos; subir a la cruz de clavos, tomando primero cuarenta azotes, ya sea por imitación de Cristo o por trasgredir las leyes de sus obligaciones y Regla del Amor y debidas finezas de esposa de sangre (II, 40). Lo contemplaba también en la cárcel, reconociendo su divinidad en medio de aquel lugar oscuro y hediondo, maltratado, traicionado, llenándose su corazón de ternura amorosa y compasión, profesándole su amor tomando las palabras de s. Pedro: Eres Cristo, hijo de Dios vivo, redentor y vida mía” (II, 39); en sus llagas, compadeciéndose de las heridas, voluntarias y con malicia, hechas por los pecadores sobre sus espaldas, es decir, sobre su confianza de sufrido y misericordioso, queriendo ser ella misma “un licor medicinal para curar y regalar aquella sacrosanta humanidad tan lastimada” (IV 114).

Durante la Semana Santa, cada uno de los elementos litúrgicos la mueve interiormente, contemplando la humildad de Cristo montado sobre una jumentilla; experimentando durante el evangelio de la Passio gran incendio del corazón y todas las entrañas en vivo fuego que casi le faltaron las fuerzas, sintiendo un ansia grande de remediar tantas ofensas (IV, 66); creciendo en caridad hacia el prójimo durante el lavatorio de los pies (IV, 68); deseando morir violentamente por sólo estimación del gusto del eterno Padre, no por quedar con nombre que ha muerto por obedecer a Dios, sino por agradecida a Dios, bebiendo el cáliz de la amargura, como Cristo lo bebió (IV, 69); exultando de gozo, unida a toda la Iglesia en la noche santa de la Resurrección del Señor, viviendo intensamente la Vigilia Pascual, en que era arrebatada interiormente ya por la Angelica tuba, o por el Gloria, quedando herida y con afectos que penetraban el más íntimo centro de su alma” (IV, 70). 

Una de las experiencias que resalta la b. Ángela, al término de cada Vigilia Pascual es su estimación de las verdades de la santa fe y de verse hija de su madre la Iglesia (V, 25; V, 56). Esta filiación confirmaba en ella las obligaciones que tiene por ser hija de la Iglesia y sus hermanos juntamente, por quienes subiría a algún lugar de suplicio y moriría en presencia de todos (IV, 72).

2.2.3 Tiempo ordinario

Las largas semanas del tiempo ordinario invitan a la creatividad y animosidad para no dejarse llevar por el tedio o la rutina. No es preciso que sea un día de fiesta o solemnidad para que la b. Ángela se sumerja en los misterios de Cristo. Toda la liturgia le invita a ello, incluso el rezo de las Completas en que es arrebatada por las tres divinas Personas, experimentando una cercanidad notable (V, 42); después de la confesión, en que siente dolor particular de sus culpas y conocimiento de su indignidad, y es instruida por el Señor en cuanto a su estado de religiosa consagrada solemnemente en la Iglesia, por lo cual se le pedirá más estrecha cuenta de sus faltas (V 102); en la preparación para la comunión, encerrada en profundísimo y delicadísimo cautiverio con el Señor, olvidándose por completo de sí misma (III 101).

Ella asiste a los diversos actos litúrgicos comunitarios y demás devociones motivada  únicamente por el amor a su divino Señor, de quien brota la luz que ilumina y da sentido a toda la historia humana, es decir, al diario vivir, en la espera gozosa de compartir la felicidad sin límites en la Iglesia triunfante (IV 149).

2.3 Misterios de Cristo

Teniendo presente que dentro del año litúrgico se hacen presentes los misterios de la redención para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación (S.C. 102) puede comprenderse la vivencia en la b. Ángela, quien celebra y gusta vivamente las diversas solemnidades de la liturgia unida a su madre la Iglesia, actualizando cada año litúrgico el espíritu de las fiestas, experimentando mediante afectos interiores la liturgia que se celebra eternamente en el cielo.

2.3.1 La Encarnación:

La b. Ángela queda cautivada ante las finezas de amor y verdades católicas acerca del Dios escondido bajo nuestra mortalidad, admirándose qué retorno tomó este Dios para sí, después que nos creó a su imagen y semejanza -fundamento religioso de la dignidad humana- para eternizarnos, tomase para sí imagen y semejanza de hombre, para morir por los hombres –kénosis- (III, 47), viniendo del pecho del eterno Padre a la Virgen (II, 46). Ella contempla,  igual que su padre Francisco de Asís, el abajamiento de Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (1Co 8, 9), a quien la gloriosa Virgen de las vírgenes llevó materialmente en su seno (Cl3C 24). Contempla también a este Dios humanado, como si fuera el Cristo transfigurado en el Tabor, en las entrañas de la Virgen, en medio de una claridad excesiva y resplandores que no puede haber cosa humana que valga para comparación. Estos resplandores y claridad excesiva era la divinidad, la cual, como en esta vida mortal nadie la puede ver. De esta experiencia la b. Ángela recibe la enseñanza de que en la estrechez de las cuatro paredes, la clausura no se le hiciera dificultosa, pues el Hijo de Dios también había permanecido encerrado en la estrechez del claustro virginal de la Virgen (V, 55).

2.3.2 La Ascensión:

Se le representaron, alrededor del sacrosanto Corazón de Cristo, unas moradas distintas, que significaban las religiosas, unidas a la sacrosanta humanidad de Jesucristo, deleitándose en la dicha de todas, sin envidia ninguna de su bien, como si fuera su alma ya de las bienaventuradas del cielo (IV, 5), en que Cristo, que ejerce permanentemente su sacerdocio, puede salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios (CCE 662). En efecto, en esta solemnidad la Iglesia canta que Cristo subió a la cumbre llevando cautivos (Sal 69, 10), y de este modo lo experimentó la b. Ángela mediante efectos interiores juntamente con todos los miembros e hijos que ha tenido y tiene hoy día y con todos los espíritus angélicos del cielo, gozándose y admirándose de los triunfos y glorias de la sacrosanta humanidad de Cristo, a quien todos tenían por su blanco (V, 109), lo cual le hacía desear ardientemente permanecer ya con Cristo en las moradas eternas, por lo que exclamaba: ¡cuándo me hallaré allá! y ¡cómo se me alarga el destierro, y qué detenciones tan penosas son éstas! Y ¿cuándo, mi Dios, finirán? (III, 105; V 193).

2.3.3 Pentecostés:

Fiel hija de la Iglesia  celebra con la comunidad la vigilia de Pascua e infraoctava del Espíritu Santo, otorgando la debida importancia a esta fiesta. 

Como tantas otras experiencias, también ésta ocurre en torno a la Sagrada Escritura en que el Señor le dice que se cumple en ella lo que obró el Espíritu divino en los discípulos cuando bajó encima de ellos en lenguas de fuego. Quedando su alma penetrada de gracias y bienes indecibles, sin entenderlo ella, porque las obraba infundiéndoselas secretamente y sólo con efectos de amor era conmovida por el mismo Espíritu divino y penetrada de misterios y verdades divinas (V, 200). Es éste el cumplimiento de la Sagrada Escritura en que Jesús promete el Espíritu Santo, para que recuerde lo que él ha enseñado y explique todo (Jn 14, 26) y fuese, en la ausencia corporal del Hijo amparo y custodia, lo cual debía motivar a la continua gratitud por esta prenda que dejó ante su partida, del mismo modo que dejó su santísimo Cuerpo sacramentado para memoria perpetua de su amarguísima pasión (IV 87).

2.3.4 Santísima Trinidad:

La Iglesia celebra el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, revelado en la economía de la salvación, que en la liturgia aparece como un misterio no sólo de fe y de adoración, sino también de comunión y vida. Esta fiesta es celebrada por la b. Ángela con suma fidelidad a la Iglesia, contemplado las tres divinas personas, iguales y distintas entre sí, cuya experiencia confirmaba en ella el origen de la dignidad humana: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gen 1, 26). De esta rica experiencia escribe en su diario: experimenté la asistencia de las tres divinas Personas dentro de mi alma, con tanta claridad y distinción. Con el Padre experimenté una ternura y atracción de hija, grandísima. Con mi Señor Cristo experimentó mi alma un modo de ser tan mío y allegado a mí, como muy cercano y pariente mío en cuanto a su santísima Humanidad, avivando omnipotentemente la estimación de haberse hecho hombre, quedando el alma tan cariñosa y enamorada que bien obró en ella la tercera Persona (II, 28). Recitaba el himno de vísperas de esta solemnidad: O lux, beata Trinitas (Oh Trinidad, luz bienaventurada) con una humilde veneración interior y acto vivísimo de fe del divino e incomparable misterio, siendo aleccionada por la divina verdad conforme iba cantando el himno (IV, 14). Es este el conocimiento y el amor por los que dos seres personales se entregan recíprocamente. Mediante esta clave plantean los contemplativos la experiencia de la inhabitación. En ella se realizaba, pues, la autodonación Trinitaria.

2.3.5 Corpus Christi:

Esta fiesta que honra la presencia de Cristo en la Eucaristía, ofrecido en sacrificio para la redención del género humano, es vivida por la b. Ángela contemplando la aflicción del espíritu de Cristo cuando instituyó y consagró su santísimo Cuerpo. Representándosele tan afligido y penado y cercano a la muerte, que estuvo más de Viernes Santo que de Jueves de Corpus. En este día, en que se realiza la procesión por las calles con el Santísimo Sacramento, cuyo fin es dar testimonio público de veneración hacia la Santísima Eucaristía (CDC, c. 944, 1), ella pudo “percibir” que las personas que intervenían en dicha procesión no lo hacían con devoción y respeto sino con suma ignominia y no con menos que las que padeció el Viernes Santo yendo por las calles de Jerusalén, porque a título de fiesta, lo llevaban lastimosísimo y con menos gente que se compadeciese de él, porque, como su divina y humana persona no era patente a los ojos mortales, nadie, sino quien con ojos de fe lo mirase, se podía comparecer (IV, 8). Es esta una enseñanza para valorar el Cuerpo de Cristo oculto en la hostia consagrada,  que se humilla cada día, lo mismo que cuando vino al seno de la Virgen (Ad 1). Un día de Corpus también es cautivada por este Santísimo Sacramento como una inmensidad unas abundantísimas aguas, semejantes a las de un mar, que significaban su inmensidad eterna en cuanto Dios, invitándola a zambullirse en ella (V, 29). De esta Eucaristía mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, siendo capaces de corresponder a ese amor ya sea con alegría, abnegación y paz, o con fortaleza ante la intolerancia e impaciencia (IV, 91).

2.3.6 Sagrado Corazón de Jesús.

Aun cuando esta solemnidad se extendió a toda la Iglesia en el siglo XIX, el Corazón de Cristo era contemplado por la b. Ángela, sintiéndose inclinada a su humano Corazón y sus palpitaciones continuas anhelando su redención y salvación (V, 171). El Corazón de Jesús arde en amor (III, 67), pero es herido de amor (VI, B 7). En este Corazón encuentran descanso los que están cansados y agobiados (Mt 11, 28) y así ella encuentra su nido en él, gozando de tranquilidad y pacificación grande  y apeteciendo morir en este costado de Cristo (II, 25; 27); también este Corazón es su clausura: expresándole al Señor su intención de guardar la clausura y encerramiento exterior en su convento, pero mucho más en el interior de su Corazón para entender sus palpitaciones que le llevaron a dar gloria al Padre durante toda su vida y ejecutar sus determinaciones eternas en beneficio del género humano (VI, H 7) y actuar conforme al querer de Dios, imitando a su Señor; es todo su tesoro y riqueza, todo lo tiene encerrado en este archivo divino –potencias, actos y obras- lo cual le lleva a inventar diversos actos de mortificación, procurar siempre la mayor purificación de sus culpas, ejercitar constantemente las virtudes para asemejarse a Él (IV, 34). El amor de este Corazón hacia sus criaturas le ha llevado a quedarse bajo las especies de pan (III, 93).

2.3.7 Jesucristo, Rey del universo.

Esta fiesta, instituida en 1925, por el papa Pío XI, no aparece como tal en la experiencia de la b. Ángela, no obstante está presente en su vivencia personal, que tiene como fondo la teología sobre la realeza de Cristo, que se identifica con su servicio desinteresado y gratuito a favor de los más débiles y desprotegidos, que practica el servicio, da testimonio de la verdad e identifica el amor a Dios con el amor al prójimo. Él predica y realiza una nueva situación de respeto, justicia, igualdad, servicio y amor, no “al estilo de este mundo”, sino “como el que sirve”. En la instauración de este reino participan sus seguidores, y la b. Ángela lo realizaba concretamente dentro de su comunidad en el servicio prestado a sus hermanas, sobre todo el de abadesa, en que el Señor la consolaba ante la amargura propia del cargo (III, 120). Está presente en ella el aspecto escatológico, manifestado en el ansia de cielo (V, 193, IV, 64) para permanecer eternamente con Cristo. Reconoce, asimismo, la realeza de Cristo, en medio del sufrimiento y la humillación padecida en la cárcel, en su Pasión y reinando en la Iglesia triunfante, en que los hijos de esta Iglesia recibirán el premio de sus trabajos y peleas,  gozando, sobre todo, de la visión beatífica del mismo Dios, amando con continuo acto de amor a su rey y capitán Cristo (IV, 64).

2.4 Santoral en el año litúrgico

Dentro del año litúrgico la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada madre de Dios, reconociendo su colaboración dentro del plan salvífico, unida a su Hijo; y a los mártires y santos que constituyen un ejemplo de fidelidad a Cristo, siendo ellos intercesores, que por sus méritos alcanzan los beneficios divinos (CCE 1172-1173).

2.4.1 La Virgen María

La b. Ángela, unida a la intención de la Iglesia, brinda una especial devoción a la virgen María, cuya intercesión le devolvió la vida, a los siete años de edad (I, 9). La venera sobre todo bajo la advocación de: nuestra Señora de las Angustias, a quien acude en la peste que sufrió la ciudad de Murcia, mediante el rezo del rosario que el Señor le inspiró hacer (V, 79); de la Esperanza: a través de su intercesión recobró la salud ella y su confesor, proponiendo se dijese una misa cada año, el día 19 de diciembre, en acción de gracias (V, 71); del Pilar, haciendo renuncia, el día de su fiesta, obediente a su confesor, de los beneficios y misericordias que recibía del ejercicio de la columna, prohibido por éste (III, 125);  de la Porciúncula, cuyo nombre tenía el monasterio de Zaragoza (III, 10);  y otras advocaciones más.

La contempla como madre del Verbo encarnado, encerrado en su vientre, comunicándole su sangre, y con quien el Verbo se muestra cariñoso amante y en quien encuentra su mejor asiento (V, 55); la alabanza de la Virgen (el Magnificat), es para ella el mejor modo de dar gracias a Dios (V, 106); el rezo  del santo Rosario lo realizaba ya desde que tenía once años (I, 10). Todos estos actos de devoción, realizados dentro de una devoción y culto sano, manifiestan el amor que ella tributaba a la madre de Dios.

2.4.2 Los santos

El reconocimiento de los méritos de los santos queda patente en su ejercicio del consistorio de los santos confesores, a los cuales tomó por abogados e, incluso, de jueces. Eran doce, y a ellos dio y renunció su franco albedrío y deliberada voluntad para que, en las ocasiones de sus caídas y ejecuciones de sus aciertos, tuviese a quién acudir y, en las contrarias, a quién temer y confesar sus caídas, ellos eran: san Pedro, san Juan Crisóstomo, san Juan Damasceno, san Benito, san Bernardo, Santiago el Mayor, san Juan evangelista, san Francisco “seráfico padre”, san Ildefonso, san Basilio Magno, san Agustín (VI, H 16); otros intercesores eran: san Clemente, papa y mártir, santo Tomás de Aquino, san Ambrosio, san Buenaventura, santa Clara “seráfica madre” santa Brígida, santa Gertrudis, santa Catalina mártir, santa Inés mártir, santa Teresa de Jesús, entre otros muchos, así como a los santos ángeles: de la Guarda, Miguel, Gabriel, Rafael; de quienes experimenta cercanidad con la esperanza de compartir tanta alegría y felicidad (IV, 6), “envidiándolos” porque aman, adoran y reverencian continuamente a la beatísima Trinidad, pues ella se siente en el destierro, con estorbos para amar a su divino Señor (III 15).

Esta devoción la inculcaba a las novicias, a quienes exhortaba a ser muy devotas de la Virgen nuestra Señora y de particulares santos (I 10).

3. OFICIO DIVINO

La b. Ángela tiene clara conciencia de que ella, por medio de la Liturgia de las Horas, es la voz de la Esposa (la Iglesia) que habla al Esposo, entonando aquella melodía que se canta constantemente ante el trono de Dios y del Cordero (Ap 14, 3). Ella se siente unida a los ángeles que alaban a su Majestad, cuyos ecos de voces se juntaban con los de ella y viceversa, uniendo armónicamente la voz con el corazón (V 106).

Para ella el Oficio Divino –Maitines, Laudes, Vísperas, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Completas-, de día o de noche, constituye un todo para encontrarse en Dios, pues canta los afectos interiores de su espíritu y no la composición y versos de los salmos (IV 97), cuyo blanco es reverenciar, alabar y amar a su Dios y Señor, en un continuo acto de veneración amorosa de la presencia sacramental de Cristo y del lugar santo en que se halla (III 59), cantando las alabanzas a la manera como se las tiene dadas su madre la Iglesia militante, […] y decirlas y cantarlas con pureza y alegría de corazón, procurando imitar a los ángeles en el amor y veneración, con temor y temblor de su indignidad; y de todas hacer unos perfumes a la beatísima Trinidad, uniéndolas y poniéndolas en el incensario de oro del Corazón de Cristo, su Señor (IV 64). Tiene presente las necesidades de su patria, ante las cuales encuentra consuelo mediante el rezo de los salmos (III 140). El Señor le da a entender que la causa de sus sequedades y ausencias del Amado son ocasionadas por tener el corazón partido y no entero en el rezo de sus alabanzas divinas (V 60). En esta contemplación no hay, por así decirlo, ocasiones especiales, puede ser en una solemnidad o en un día ordinario, en tiempo de Cuaresma o de Adviento; es cautivada y arrebatada, ya sea por el himno (IV, 14), una antífona, un salmo (V 104, p. 485), un responsorio, el Te Deum, etc.

Dentro de la profunda experiencia que la b. Ángela tuvo al interiorizar la Liturgia de las Horas, fue de gran ayuda el conocimiento del latín, el cual le permitía entender y gustar los textos, y estas “inteligencias” le servían como de lazos que la tenían continuamente asida con Dios y la despertaban a amarlo (I 28; V 226).

El espacio de la celebración (el coro) constituía asimismo el lugar privilegiado de sus empleos y de las misericordias divinas, de día o de noche; ahí tiene conocimientos delicadísimos, conoce con claridad y verdad los impedimentos y estorbos que pone a su camino (III 59; 92), y que para ella constituye un tormento verse fuera de él (III 89, p. 210).

La recitación del Oficio Divino, con dignidad y decoro, requiere ciertos elementos, tales como:

a) Maestra de coro

Este servicio lo brindó la b. Ángela a la comunidad desde muy joven hasta sus últimos años de vida, y su fin era animar el rezo (IV, 6); procurar el cumplimiento de las rúbricas, canto y ceremonias (VI A 22); la atención y puntualidad al coro (V 126); guardar el silencio debido (I 15); prever las faltas o descuidos en las celebraciones (III 36), animar y dar festividad al rezo (III 116), observar las posturas adecuadas (III 145; IV 11): de pie, sentada, reverencia, inclinación.

b) Posturas adecuadas

Las “venias y cortesías en el coro” llevan a la b. Ángela a experimentar unos olores suavísimos que parecen ser unos aires del cielo y olores celestiales (II 52), lo cual es una prueba de lo agradable que es para Dios darle la reverencia que se merece a través de los gestos y acciones físicas en la ejecución de la alabanza, y corrobora el hecho de que la intervención en el rezo requiere presencia física, identificación en las actitudes (III 145), unidad en los gestos y movimientos, coincidencia en las palabras (V 106) y en los actos, pues la intervención en las celebraciones litúrgicas pide actitudes cultuales cristianas y no meramente religiosas. La peculiaridad de la liturgia cristiana es el culto al Padre en el Espíritu y la verdad (Jn 4, 23-24), de modo que no se produzca ruptura entre la celebración y la vida, entre el culto externo y la actitud interior.

4. SACRAMENTOS

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres. […] No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen. […]Preparan a los fieles para recibir con fruto la gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad (S. C. 59).

La vida sacramental de la b. Ángela es enriquecida sobre todo por la Eucaristía y la confesión, no obstante, ella reconoce y contempla el gran valor de cada sacramento, los cuales son las aguas abundantes que salieron de Cristo (V 140): el bautismo, por el cual el alma queda limpia por la gracia y ungida con el óleo santo de su misericordia (IV 89); la confirmación, en que recibió la fuerza que le impulsa a despreciar el mundo y, por cuya gracia, experimenta lo que es la fe viva (V 68); tenía en gran estimación el ministerio de los sacerdotes y su ocupación divina en la Iglesia, cuya dignidad es muy grande por la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo (IV 78; IV 93), asimismo ora por ellos (V 11); recibe la unción de los enfermos con la esperanza de que había de ser desatada de las ataduras del cuerpo y alcanzar la morada eterna (III 134).

4.1 La confesión

La confesión es para ella el santo lavatorio, sin el cual no se consideraba digna de presentarse ante la divina Majestad. Y veía a las otras religiosas puras, cándidas y agradables. Acudía asiduamente a confesarse, y muy despacio, haciendo su examen de conciencia con una hora de anticipación (III 41).

Durante todos los años de su vida religiosa procuró contar con un confesor y director espiritual: en Barcelona, en Zaragoza y en Murcia (I, 12; I 34; VI –passim-),  llevando a cabo los elementos propios de este sacramento:

a) Contrición: Su dolor y arrepentimiento por sus yerros y faltas era grande hasta llorar muchas lágrimas de dolor (V 3),  lo cual significaba un acto de una contrición perfecta ocasionado por el amor de Dios (CCE 1452).

b) Confesión de los pecados: Lo hace lo mejor que puede (V 3).

c) Satisfacción (penitencia): realiza la penitencia que le manda el confesor, p. ej. el Miserere, el cual reza con muchas lágrimas y arrepentimiento de sus culpas cometidas por falta de amor y mala correspondencia (V 3). En una ocasión el confesor le mandó por penitencia una salutación al santísimo Sacramento, pero ella consideraba que debía practicar otra mayor, aunque fuera un salterio, pero un habla interior le dijo que aunque dijera el salterio por su voluntad, no sería agradable, por no ser la que le había mandado el confesor (V 119). Es esta una gran enseñanza, tanto para practicar la obediencia como para crecer en la confianza en la misericordia de Dios.

La gran estima en que tenía este sacramento es confirmada por el consistorio de sus santos confesores, ante quienes hacía confesión espiritual de sus faltas para llegar totalmente a la enmienda de sus culpas, negligencias y tibiezas (VI, H 16).

4.2 La Eucaristía

Sin duda que dentro de la experiencia mística de la b. Ángela, la Eucaristía es el centro y culmen de su vida sacramental. Poseía un gusto singular por la Misa  (IV 63) viviendo paso a paso su celebración, preparándose con mucho recogimiento media hora antes de comulgar (V 11), derramando lágrimas de agradecimiento, experimentando frutos de misericordia (V 15), la consideraba el sacrificio del santísimo Hijo al eterno Padre (IV, 78).

Amante de la Eucaristía adorada, contempla en ella a Jesús, en la noche de la institución eucarística, entregado a la muerte por amor a la humanidad, derrama abundantes lágrimas durante la oración de intercesión, reclama sus derechos de esposa el Jueves Santo ante Jesús Eucaristía para tener ella la llave del sagrario “lugar de su encerramiento” con Cristo (II 50, 51; III 83). Consideraba la adoración al Santísimo como una de sus obligaciones, por la que perdería su salud y vida con tal de cumplirla (III, 107).

En algunas ocasiones cada vez que comulgaba recibía en su interior a su Majestad por viático, ante la gravedad de su estado de salud, teniendo que obedecer a su confesor en la asistencia a todos los actos comunitarios, de lo contrario, al faltar a alguno de estos, no había de comulgar el día siguiente (III 45). En medio de sus tinieblas y ignorancias comulga con el fin de de tener consigo a su divina Majestad y gozar de su dulce compañía, y para aumento de gracia y fortaleza (III 46).

La Eucaristía es para ella: pan de los ángeles (V 204), sustento y vida de su alma (VI H 10); divino árbol, bajo cuya sombra se gustan sus frutos (V 37); la miel de la humanidad y la leche de la divinidad de Cristo (III28).

Se saciaba en la Eucaristía alimentándose de la Palabra de Dios, las oraciones, el himno del gloria,… toda la celebración nutría su espíritu elevándola a la contemplación de Cristo, escondido bajo las especies de pan y vino.

El amor a la Eucaristía se refleja también en el oficio votivo de la Eucaristía que celebraba cada jueves la comunidad, si las rúbricas lo permitían (IV 135).

Estas referencias muestran la rica experiencia sacramental que inundaba y alimentaba la vida espiritual de la b. Ángela, y que la hacía caminar conforme a la doctrina eclesial, viviendo intensamente estas celebraciones de fe  que Cristo dejó para el fortalecimiento de los creyentes.