Por la hermana Teresa Angeles, Clarisa Capuchina

INTRODUCCIÓN

Al Leer el Diario de Santa Verónica Guiliani, he buscado un tema para esta reflexión, y decidí escoger el tema del amor, del V tomo de su Diario, en el libro titulado un Tesoro Oculto, publicado por el P. Pedro Pizzicaria, S.J. Este tomo abarca del 1 de enero de 1700, al 31 de julio de 1702. Este pequeño trabajo sobre nuestra hermana Verónica lo he titulado: El amor en Santa Verónica Guiliani.

Me parece que el amor es algo fundamental en la vida de todo cristiano, por eso he querido reflexionar sobre la vivencia de esta virtud en la vida de Santa Verónica, deseaba conocer la forma como nuestra hermana Santa Verónica vivía la caridad en su vida diaria. Realmente me ha ayudado mucho constatar que para Verónica el amor es lo fundamental, y su búsqueda del sufrimiento es sólo una manifestación del fuego de caridad que ardía en su corazón.

Esta reflexión lo he realizado seleccionando algunos párrafos del Diario de Santa Verónica que tratan sobre el tema del amor en el tomo V, poniendo un pequeño comentario personal a cada uno de ellos. La reflexión la he dividido en cuatro capítulos:

· Verónica es transformada por el amor, en el amor: En este capítulo recojo algunos párrafos de su diario en que se muestra claramente que es Dios quien infunde su amor en santa Verónica y la transforma en imagen de su hijo Jesucristo.

· Caridad con los pecadores: En este segundo capítulo podemos ver el celo extraordinario de Verónica, que sufre y se entrega generosamente, por amor, para la salvación de sus hermanos. 

· Caridad con el prójimo: En este capítulo tercero aparece Verónica, viviendo la caridad fraterna con sus hermanas. Aquí podemos ver que aunque es una mística extraordinaria, tiene los pies en la tierra, y vive el mandamiento del amor fraterno.

· Eucaristía y penitencia, dones del amor de Dios: En este cuarto capítulo recojo algunos párrafos de su diario que nos permiten contemplar como nuestra hermana Verónica recibía estos dos sacramentos como dones maravillosos del amor de Dios. Es obvio que al hablar de la caridad en Santa Verónica hacemos referencia a la fuente de donde ella recibía esta caridad, esta fuente es Dios.

    Santa Verónica es una mujer extraordinaria que ha vivido amando. Es la mística del amor crucificado. En sus escritos se manifiesta plenamente franciscana: Ella está siempre dispuesta para dejarse moldear por el Amor Divino, y reconoce que Dios es el Único Bien, de donde proceden todos los bienes, sobre todo el amor. Me parece que es esto lo que la hace tan cercana a nosotros, pues todos estamos llamados a vivir en el amor perfecto, como Cristo.

I. VERÓNICA ES TRANSFORMADA POR EL AMOR EN EL AMOR

Saint Veronica Giuliani

En la escuela del amor

     Santa Verónica Guiliani relata en su diario el modo como Jesús ha obrado en su vida. Él la instruye y guía en la escuela del amor. Así como durante su vida en la tierra enseñó a los discípulos como amar a Dios, con todo el corazón y con toda el alma; y como amar a los hermanos, hasta dar la vida, así Jesús instruye a Verónica en la perfección del amor. Ella se muestra discípula fiel, atenta a la más mínima directiva del maestro. Verónica nos dice en su Diario que toda la vida de Jesús es enseñanza, es la única escuela donde ella ha aprendido el amor y el sacrificio: “Me parece que el Señor quiere que yo no tenga más escuela, que la que él ha seguido en el transcurso de 33 años. Ahora me hace entender el amor con que ha obrado. De este modo quiere que aprenda a obrar con amor y por amor, en unión de su amor; haceme comprender íntimamente entonces un no sé que de su purísimo amor; y al mismo tiempo, en aquel amor que siento íntimamente, me hace experimentar pena mortal en la naturaleza. Siéntese presa de una poderosa mano; convienela entregarse en todo y por todo”.

    El Amor Divino es un amor transformante, que actúa poderosamente en Verónica, quien se entrega completamente a su acción amorosa. Ella percibe claramente la actuación de Dios en su alma: “Este efecto del Divino Amor produce en el espíritu y en la naturaleza, me deja certidumbre de que el opresor de tal sentimiento es Dios, y me atrae completamente en todo a Dios, como hace el imán al hierro”.

    “El Señor me hizo comprender un poco, un rayo de su amor y me pareció que este estuviera fijo sobre mí. Pareciome que mi espíritu se incorporase en un instante, y se intrinsecara de tal modo en el amor, que casi se convirtió como en un incendio. En aquel punto la naturaleza se encontró tan abatida, que cayó por tierra como muerta. No tenia mas fuerzas; nada podía decir. El amor la había abatido mucho, por haber separado el espíritu de ella. El espíritu estaba en ella pero como si no estuviera, porque estaba todo absorto y fijo en la violencia del amor. Este efecto de amor, me produjo un aborrecimiento a todas las cosas terrenas, y una aversión hacia la propia naturaleza”. Estas experiencias tan extraordinarias con que Dios regaló a Verónica manifiestan el amor tan grande de Dios que actúa de forma poderosa sobre el alma fiel que se entrega toda entera a su acción. Este es el ejemplo admirable que nuestra hermana Verónica nos da; disposición total para acoger los dones de Dios y para dejarse moldear por el amor. Vemos en Verónica un alma verdaderamente franciscana que ama con pasión a Dios y es transformada en él. Esto es un misterio tan grande que no se puede explicar; pues ¿cómo la pequeñez humana es transformada por un Dios tan grande, que ama a sus criaturas con un amor apasionado hasta querer entrar en relación de amor con ellas?

Es tiempo de practicar una caridad real

    Continuamente, en su diario, Verónica escribe sobre el modo como Jesús la instruye y la impulsa por el camino verdadero del amor. En este párrafo ella nos narra como Jesús en la Eucaristía la estimula a vivir el fuego del amor: “He visitado otra vez al Santísimo y heme sentido reprender mi frialdad, y decirme que ahora es tiempo de ser toda fuego de amor de Dios; y que esto no se consigue sin ponerse de acuerdo en todo con su voluntad santísima.

    No practico la virtud; pero, al encontrarme en un estado tan miserable paréceme conocer que entonces es tiempo de practicar la verdadera y sólida virtud de una caridad real. ¡Pero, figuraos! Pongo entre ella y yo, mi amor propio, y ella se reduce de tal modo, que al acto de caridad no lo puedo llamar tal; porque siempre emborrono la portada; o haciendo algún discurso interior, o mostrando algo de disgusto por lo que se me exige, u otro defecto.

    La verdadera caridad no espera ser llamada, sino que debe ir a buscar ocasión y medio para ejercitarse; debe ser practicada con sentimiento de humildad. Jamás la ejercite como hubiera debido; y conozco íntimamente que este defecto me causa gran pena, y esta pena me insta a hacer ahora lo que antes no hice”. En estas palabras de la Santa vemos que ella reflexiona sobre la caridad en su vida, y comprende que no la ha vivido como debiera. Esto le causa gran pena. Como comprender que no haya fuego de caridad en una mujer que continuamente se muestra ardiendo en amor. Probablemente es porque se encuentra ante la caridad ardiente de Jesús, ante su luz, y ante él, la criatura es siempre limitada en la caridad, también porque el amor no puede estar ocioso y siempre exige más. Verónica vive en la verdad de sí misma, en la humildad, y esto, es un gran paso que la dispone a estar abierta a la acción amorosa de Dios.

El padecimiento engarzado en la caridad

   Me parece que hay dos temas muy importantes en la espiritualidad de Verónica: el padecimiento y el amor, pero nunca van separados uno de otro, sino que van perfectamente unidos. Ella habla de esto en su diario: “Por tanto para hacer ver el valor y preciosidad de esta bella joya del padecimiento, debo engarzarla en el oro de la pura caridad, y adornarla además con toda clase de virtudes; para que ella, mediante estos adornos, sea más grata a Dios, y yo obre según la divina voluntad.

Después de comulgar, he oído que me decían: “Puesto que has encontrado el punto que te exijo, ¿Cómo ha de ser tu vida?” En un momento he comprendido que debo vigilar en apartar de mí hasta el más mínimo defecto, pensar siempre en Dios, obrar por su puro amor, practicar con amor, y vivir muriendo. Pero siempre esta muerte debe ser hecha por vía de amor”. La vida de Verónica es una vida hecha de amor y cruz, como la de Jesús. Es él quien la ha configurado consigo en su vida de amor y entrega. La vida de Verónica es una imagen clara de Jesucristo Crucificado por amor.

Sólo el amor puede explicar el amor

    En este párrafo podemos ver como Verónica es guiada hacia la perfección del amor en todos sus sentimientos y actos exteriores e interiores. El ejercicio del amor ocupa un lugar central en la vida de la Santa. Ella nos refiere esto en su diario: “En este ejercicio quiere que obre, que piense, que me industrie por todos los medios, para llegar a aquel acto de puro amor en todo y por todo; tanto interior como exteriormente. El principio, el medio y el fin, todo se ha de terminar con acto de amor. No puedo con la pluma decir cosa alguna sobre lo que he entendido. Para explicarlo, sería preciso el mismo amor; porque creo que nadie más que él puede declarar este punto”. Dios es amor, y quiere transformarnos en él. Verónica experimenta en su camino espiritual que es guiada de un modo inefable por la senda del amor perfecto. Hasta ser transfigurada completamente por el amor, en el amor.

El amor ha atado mi alma a sí mismo

   Hay en el diario de Verónica una experiencia espiritual mística que es única. En este camino espiritual es Dios quien lleva la iniciativa y la une a sí: “Paréceme que el Divino Amor haya atado mi alma estrecha e íntimamente consigo, y experimento un no sé que, que no puedo explicar. Comprendo que los trabajos y padecimientos exteriores son un poco de alivio para estas penas que se sufren íntimamente”. Es admirable el grado tan elevado de unión con Cristo y con sus padecimientos que Verónica ha obtenido, pero sobre todo es sorprendente este amor apasionado que sólo encuentra alivio en el dolor y en la cruz. Así obró Dios en nuestra hermana.

El amor divino toma asiento en el corazón herido

   Verónica experimentó varias veces, en su cuerpo, los dolores de la pasión; ella contempla sus miembros traspasadas a imagen del crucificado, pero la acción de transformación en el amado se realiza de una manera más profunda en su interior; ella experimenta que Jesús toma posesión completa de su corazón y de su ser y la transforma interiormente. Verónica nos dice en su diario la experiencia que siente ante el espejo de perfección que es Dios mismo: “Entre tanto hame parecido ver aquel clarísimo espejo, donde he visto en mi misma una multitud de defectos. Al ver esto, he quedado como fuera de mí, y súbitamente, me ha parecido que me fuera traspasando el corazón con una flecha. He vuelto en mí, y me parecía sentir que la herida del corazón estuviera abierta. La he mirado; he visto que así era, y que echaba sangre. El dolor que sentía me incitaba a la virtud y a elevar mi mente a Dios. Pareciame sentir cierta operación en mí, como si el Divino Amor se fuera posesionando de mí completamente y tomara asiento en el corazón herido; apartaba de mí todo pensamiento; el solo quedaba en mi mente”. La experiencia de ser traspasada en sus miembros produce en Verónica una operación, un cambio, una transformación que la lleva a vivir unida a Cristo, y a dejar todo de lado para centrar su alma completamente en Dios. Esta será una experiencia que se llevara a cabo en Verónica de diversas formas a lo largo de toda su vida. El Amor Divino, Dios, la transforma en el amor crucificado, en Jesucristo su hijo, crucificado por amor.

Vos mi Señor sois el verdadero amor

    Para Verónica no son las penas en sí mismas las que tienen valor, sino solo en la medida en que estas la llevan a amar mas a Jesús, el amor verdadero. Por eso exclama ella en un arranque de amor: “!Quitadme las penas, si con ellas no he de amaros! Tengo penas y dolores. Pero no hay en ello amor puro, por lo cual, de nuevo os digo:  ¡Quitadme las penas, si con ellas no he de amaros! Mientras así decía he invitado de corazón a todas las penas y tormentos diciendo: venid a mí, que con vosotros quiero amar al Sumo Bien”. Y dirigiéndome a Jesús Crucificado, añadía: Vos, mi Señor, sois el verdadero amor; dadme, pues, gracia para que os ame y sea toda vuestra, de lo contrario, no puedo más. Al mismo tiempo sentía inflamarse en mí cierto deseo de no querer ser más ingrata. Parecíame sentir ciertos toques en el corazón, que me despertaban de la somnolencia de mi misma”. Nuestra hermana Verónica contempla a Jesús crucificado como el objeto de su amor, es él, el amor mismo quien la renueva y la invita a la fidelidad. Ella ama a Jesús y quiere vivir a imitación de su esposo, quiere las penas y sufrimientos porque estos la configuran con su amado.

La verdadera caridad

    Este párrafo del diario de Santa Verónica nos muestra el modo como Dios la instruía, para vivir la caridad verdadera. A través de la luz que Dios le infunde, ella comprende sus propias deficiencias en el ejercicio de la verdadera caridad, no podía ser de otra manera en un alma que se ha acercado a Dios que es el amor por excelencia. Él la enseñaba amándola, así lo reconoce ella en estas páginas de su diario: “Me ha dado a conocer la gran caridad que conmigo ha usado, durante el transcurso de mi vida, y que yo nunca he aprendido la virtud de practicar la verdadera caridad. De pronto he tenido una luz particular. He comprendido que en todos los actos de caridad que he ejercitado, hizo me ver como había un defecto. Ya había mezclado el amor propio; ya algún propio interés; ya respetos humanos; o bien alguna satisfacción propia y gusto. Y en efecto heme encontrado ante todos los defectos cometidos mientras practicaba la caridad. Con que rubor y confusión heme encontrado a los pies de Jesús! Como me ha hecho Dios comprender esto, no puedo con la pluma describirlo: porque todo lo entiendo por vía de comunicación. Paréceme que quede en mi muy impreso, y me estimule a amar y a practicar, con espíritu de humildad y amor, esta verdadera caridad, y de ir la primera al encuentro de lo que me produce más repugnancia y tedio. Aquí se hace la verdadera caridad, despojada de todo defecto; y aquí quiere el Señor que me alegre y lo haga todo para su gloria y para cumplir su voluntad”. Verónica es una discípula atenta a la acción de Dios en su vida, ella vive a los pies del maestro que la guía hacia la caridad perfecta por la senda del la humildad y de la renuncia a sí misma. Ella es una mujer práctica. Podemos ver en su diario que vive una espiritualidad franciscana fundada en la vida evangélica. La caridad se encuentra en el centro del mensaje evangélico; la caridad que ha movido a Jesús a dar su vida, es también en Verónica, una caridad que la lleva al sacrificio y a la renuncia, hasta la cruz.

Quiero el primer lugar para amarle

    El amor de Dios que hay en el corazón de Verónica la mueve, como a muchos otros santos, a desear que todos lo amen. Esta es la experiencia de Francisco, buscar que el amor sea amado. Verónica quiere ser la primera en amar a Dios, y ella considera que hay otras almas que la adelantan en la virtud. Aquí podemos ver la humildad de nuestra hermana que se considera rezagada en la perfección. Movida por estos sentimientos ora al Señor pidiendo su ayuda, así lo dice en su diario: “Ruego al Señor que me conceda la gracia de no tener nunca supremacía en cosa alguna; solo quiero el primer lugar para amarle a él sólo. Deseo que todos y todas le amen; pero quisiera en esto el primer lugar. No sé si es soberbia; si lo es, es grande. Siento consumirme de pena, porque veo que todas adelantan en perfección, y yo quedo rezagada.

     Comprendo ahora, muy a mi pesar, que no he sabido nunca la manera de volver a amar a quien tanto ha amado a mi alma. Siento consumirme del dolor que tengo, y lloro mucho y a menudo. A veces, tomo en las manos a Jesús crucificado, y tengo alguna breve conversación con él. Siento inflamárseme tanto el corazón, que se me ocurre decir: ¿Jesús mío que hacéis? Ahora no necesitáis la Cruz; dádmela a mí. Cruz espinas clavos y azotes, dolores y penas, todo lo que vos habéis padecido por mi amor, haced que yo también lo padezca, por el vuestro. Paréceme que, entonces, se renuevan los dolores que estoy acostumbrada a padecer. Estos para mi, son como otros tantos llamamientos. Empiezo a exclamar: Jesús mío ¿y cuando os amare? Y parece que me responda: Cuando no ames otra cosa que a mí. Yo repito: ahora, Jesús mío, pongo todo mi amor en vos sólo, y no quiero otra cosa más que a vos. Oigo que me dicen: no quiero amor de palabra, sino de obras y de hechos; y esto ocurrirá cuando estés apartada de ti y de todo”. Nuestra hermana Verónica es un alma apasionada que vive en continuo coloquio con Jesús su esposo. Ella lo ama con un amor que la mueve a desear los mismos sufrimientos de su amado, implora estos sufrimientos, para sí, y Jesús se los da. Verónica sabe que su amado ha padecido por su amor, así quiere ella padecer por su amor, quiere los mismos dolores que Jesús padeció en la cruz. Jesús le pide que este amor se convierta en obras, le pide un amor que se muestre en hechos concretos, y ella responde con generosidad.

Quisiera que todos le amasen

  “Conozco, entonces, íntimamente, cuantas faltas hay en mí, y que me impiden que corresponda a Dios. Al mismo tiempo dame deseo de llamar en mi auxilio a la Santísima Virgen y a todos los santos; para que toda la corte celestial haga un acto de obsequio y acción de gracias a Dios por mí, por la gracia que me concede, haciéndome conocer muchas cosas, que yo nunca he creído fueran impedimento. Después invito a todas las creaturas para que todas unidas, alabemos y bendigamos a Dios, y todos y todas quedemos heridos de su amor. Con esto además, quisiera que todos le amasen”. Este párrafo del diario de Verónica tiene un trasfondo franciscano, porque ella quiere que todas las creaturas se unan a ella en la alabanza y en el amor, desea que todos experimenten ese amor que consume. Ella pide la ayuda de María y todos los santos para que ofrezcan por ella un obsequio de acción de gracias.

Un acto de amor para amar a quien tanto nos ha amado

   En el diario de Verónica que tiene la fecha del 23 de abril de 1700 leemos que Dios le da un conocimiento especial sobre los grandes pecados que se comenten por el mundo, e inmediatamente es invitada a colaborar en la salvación de los hombres. Ella es diligente en responder a las invitaciones del Señor. Aquí podemos ver el gran amor de Verónica por sus hermanos los hombres. Esta es la verdadera caridad, la que se asemeja al amor de Jesús que murió para salvar a todos los hombres. Así se expresa ella en su diario sobre este particular:”Páreseme que me hiciera conocer que se cometen grandes pecados por el mundo; y de nuevo me decía: “Tu debes ofrecerte a padecer por la salvación de las almas”. Sentía un no sé que; hubiera deseado tener tantos corazones, cuantas creaturas hay en el mundo, a fin de que todas estuvieran en un mismo acto de amor, para amar  a quien tanto a amado a nuestras almas.

    Esta caridad con los pecadores que la lleva a no escatimar ningún sacrificio por su salvación es algo que ella vivirá a lo largo de toda su vida. Esta inmolación por la salvación de las almas es algo propio de las almas generosas, como la de Verónica. Ella deseaba tener muchos corazones para amar a Dios, porque en su corazón ardía un amor grande por Dios. Ella había experimentado el amor de Dios de forma personal, se sentía amada y deseaba corresponder al amor desbordante de Dios.

Verónica ora por la conversión de los pecadores

    Jesús vive en Verónica hasta el grado de impulsarla a buscar la salvación de todas las almas. Ella, como Jesús, quiere dar su vida y su sangre por la gloria de Dios y la salvación de las almas. La gloria del Padre, y la salvación de los hombres fue el móvil de la vida terrena de Jesús, y estos mismos sentimientos mueven a Verónica, como ella lo dice en su diario: “De corazón pedía perdón a Dios de mis culpas y como gracia le pedía la conversión de los pecadores. En este momento, me pareció que Jesús me abrazara y me dijera que vigilara por la salvación de las almas que así le daba gusto. En esto, me dio su bendición y todo desapareció. Cuando volví en mi me encontré con gran dolor de mis muchas ingratitudes y sentía magnanimidad para dar vida y sangre por la gloria de Dios y por la conversión de las almas. Me parecía sentirme toda inflamada en el Divino Amor y sentía aquí, en la parte del corazón, como un gran fuego. A causa del excesivo dolor y calor que allí tenia no sabía que hacer para vivir. Sentíame consumir, pero no se decir cómo. Cada vez más me sentía inflamar en deseos de amar a Dios”. El amor de Dios inflama y consume a nuestra hermana Verónica, quien se ha dejado guiar y consumir por este amor. Pero este amor no es un amor ocioso, sino un amor que la impulsa al amor al prójimo, a la donación con actos concretos por la salvación de sus hermanos y hermanas.

Medianera entre Dios y los pecadores, para vivir en caridad continua

    Verónica es una mística, ella vive en relación continua con Dios. Pero su vida mística no la lleva a desentenderse de los demás. Aquí se puede constatar la autenticidad de su vida de unión con Dios, en que el camino por donde ella es llevada es un camino de humildad y caridad con las hermanas, con su confesor y con los pecadores. En todo esto es Dios quien la guía, como ella escribe en su diario: “En un instante, como en todos estos días ha hecho, hame dado nueva orden respecto al modo de humillarme, con el cual, mediante un acto de caridad continua, hecho consentimiento de puro amor a Dios debía tratar con los prójimos, y respecto al modo con que, mediante una gran sinceridad en todo debía portarme con mi confesor.

    He comprendido que la caridad será maestra para hacerme caminar por la abnegación perfecta de mi misma; y para acostumbrarme a esto, mi vida debiera ser un continuo ejercicio de caridad. Paréceme entender ahora el motivo porque Dios me ha dado este oficio de medianera entre él y los pecadores, para que jamás este sin practicar actos de caridad”. Toda la vida de Verónica es vivir en la caridad, ejercitarse en ella por medio de la donación de sí en favor de los pecadores. Esta caridad con los pecadores; ser medianera entre Dios y los hombres como ella lo dice, es un Don de Dios, que ella vive con gran generosidad. La vida mística de Verónica tiene gran autenticidad porque vive en un ejercicio continuo de actos concretos de caridad.

Las penas encendían en Verónica el celo por las almas

    Cristo crucificado es el centro de la espiritualidad de Verónica. Él la ha unido a sí mismo dándole las insignias de su pasión. Muchas veces contempla a Cristo crucificado en sus experiencias místicas. Pero el demonio también se viste de luz para engañar a las almas, por eso teme y rechaza las visiones que Dios le otorga. Ella relata en su diario una de estas visiones: “Esta noche súbitamente me ha dado un rapto, en el que ha habido la visión de Jesús crucificado. Al principio me causo gran temor, y yo creía que fuera el demonio para engañarme. De corazón he dicho: ¡fuera! No te busco a ti sino a Jesús. El me respondió: “No soy el demonio sino Jesús; y vengo para confirmarte en el padecer”. “Yo soy, no dudes; soy Jesús, aquel que ha derramado toda su sangre en la cruz por tu amor”. Al oír esto, me parecía sentir un no sé que de luz acerca de mi propio conocimiento, pero no menos temía y temblaba. Nuevamente me ha dicho: “No soy el demonio, sino Jesús tu esposo”. Estaba en acto de dolor de cuanto había faltado en la caridad; y él, con caridad y amor, me ha renovado el dolor en el corazón, manos y pies. Cuando he vuelto en mi, sentía tal dolor en el corazón, que creía morir. Estas penas me encendían el deseo de pedir almas a Dios y también sentía dolor de mis pecados”. En esta visión Jesús confirma a Verónica en el padecer. Ella experimenta los dolores de la pasión hasta sentirse morir, pero todo esto la inflama más en la caridad con los pecadores, por quienes ella sufre y ora como medianera. Algunos pasajes del diario de Verónica, como este, nos muestran que ella era una alma extraordinaria que vivía amando hasta dar su vida, y esto no de forma ilusoria sino real.

La vida, un ejercicio continuo de caridad, y furia del enemigo

    En el diario de Verónica del 1 de mayo de 1700, leemos una anécdota que ella cuenta con referencia a los espíritus infernales. Ellos buscan vengarse de ella por todo el bien que Verónica hace con su oración y su vida de sacrificio en favor de sus hermanas y de los pecadores. Ella escribe: “Mientras encomendaba a los pecadores y a otras personas, especialmente estas hermanas, me ofrecía de corazón a querer dar la vida y mil vidas que tuviera, por la gloria de Dios y ayuda de las hermanas; y hacia firmes protestas de estar pronta a querer que mi vida fuera un continuo ejercicio de caridad; súbitamente me dieron muchos golpes y los demonios me decían: “Maldita no te atormentaras más; ya eres nuestra; cuídate de ti que no harás poco”.

    Entonces me humillé ante Dios, y de corazón le pedía perdón de mis culpas. Súbitamente recibí más golpes. Parecíame conocer que el tentador se enfurecía y no quería que pidiese almas a Dios; y yo de nuevo se las pedía de corazón. Enseguida me sentí levantar en vilo y vi dos fantasmas de horrible aspecto. Uno abrió la ventana de la celda, y el otro me tenía así por los aires y parecía que me quisiera arrojar por dicha ventana. Invoque al Santísimo Nombre de Jesús y me santigüe, pero con fe. Apenas pude hacerlo; pero una vez hecho, me dejaron caer allí en tierra, sobre el pretil de la ventana y huyeron. Dejaron un hedor tan gran, que me hacia desvanecer. ¡Sea todo por amor de Dios!” Verónica experimenta estos ataques de los demonios, que fácilmente amedrantarían a cualquiera, pero ella confía en Dios que la libra de las manos de sus enemigos. A pesar de estos duros embates del enemigo, Verónica no cesa en su entrega y en su deseo de vivir en el ejercicio de la verdadera caridad. Nuestra Santa es verdaderamente un alma extraordinaria que se ha dejado moldear por el amor.

En la caridad se aprende la vida oculta en Dios

    En este párrafo del Diario de Verónica vemos como Dios la instruye en el amor. Dios la guía con amor, y le hace experimentar los padecimientos de la Cruz, pero ella debe despojarse de todo defecto, y padecer con amor puro por la salvación de las almas. Ella escribe: “Esta mañana el Señor me ha hecho recordar que me ha prometido su amor. Ahora me lo dice de un modo oculto; pero si yo lo penetrara bien, y en todo correspondiera, vería los efectos de su amor hacia mí. En este punto me ha inflamado mucho; me ha renovado el dolor en el corazón; y me ha quitado los impedimentos que el demonio me había puesto, haciéndome callar so color de virtud. En efecto hame hecho penetrar que las penas y dolores son de gran provecho para las almas; pero que por eso debo padecer despojada del más mínimo defecto, con amor puro, y con ánimo sincero de solo querer la voluntad de Dios y la unión con los padecimientos que ha sufrido Jesús por nuestro amor. El fruto del padecimiento es el ejercicio de toda virtud, especialmente de la humildad y de la práctica en cumplir en todo la divina voluntad. El medio para alcanzar las virtudes, especialmente las dos que he indicado, es la caridad frecuente. En ella se aprende la vida oculta en Dios”. Verónica vive unida a la pasión de Cristo, y comprende que el medio para alcanzar la virtud es sobre todo la caridad frecuente donde se aprende la vida oculta con Cristo en Dios. La caridad es fundamental para Verónica en su camino espiritual.

III. CARIDAD CON EL PROJIMO

El padecer por amor es siempre poco

   Verónica vivía en medio del sufrimiento pero no se daba tregua en la práctica de la caridad, ella vive la caridad con las hermanas en la vida cotidiana. En la vida de fraternidad diaria no es difícil encontrar indiferencia en las hermanas a quienes ofrecemos algún servicio, y Verónica también lo experimento. Así lo cuenta ella en su diario: “Hoy he estado agobiada, sentía que la naturaleza no podía mas, y no obstante comprendía que en el padecimiento no se debe de hacer caso de la naturaleza; porque en dicho tiempo está el modo más eficaz para ejercitar actos de virtud. Así que he ido a hacer cierta caridad a un prójimo; y no me he dado cuenta de que haya sido agradecida. De aquí he aprendido a hacerla con más generosidad otra vez y aun con más fervor; para que sea grata a Dios y a las creaturas. En lugar de recibir merced de ello, he recibido censura. Esto me ha resuelto a ser más puntual y la primera donde sea menester. La naturaleza se ha lamentado; de estas cosas no quiere saber nada; pero yo no la hago caso. El padecer por amor a Dios es siempre poco”. Esta última frase de este párrafo nos muestra el amor de caridad y la humildad tan grande de Verónica que no se amedrenta ante nada, poniendo el amor en la cumbre de su vida espiritual. Las contradicciones en la vida de fraternidad, como nos muestra este párrafo, la hacían esforzarse más por agradar a Dios y a las hermanas.

II. CARIDAD CON LOS PECADORES

Reprensión de Jesús

    En este párrafo de su Diario, verónica escribe sobre una reprensión de Jesús Sacramentado. Debió de ser algo muy doloroso para un alma como la de Verónica, que vivía un amor apasionado hacia Jesús su esposo. Pero lo más admirable es la prontitud con que ella responde a la voz de Dios. Ella escribe: “Parecíame escuchar una voz que viniera del tabernáculo, que me dijo: “Tu no quieres escuchar a tus hermanas, y yo no quiero escucharte a ti”. Causome gran terror semejante cosa. Fui súbitamente al encuentro de las hermanas de quienes había huido; las consolé, y hable con ellas un rato acerca del punto de la abnegación de la propia voluntad; y luego fui otra vez a visitar al Santísimo. Me pareció sentirme toda consolada, y que me decía que pidiera las gracias, que me serian concedidas. Fui reprendida por mi poca caridad, y de nuevo me pareció oír decir: “Si quieres obtener las divinas gracias, te conviene estar siempre en acto de caridad con tus prójimos como has hecho poco ha”. Jesús nos enseña en el evangelio que el amor fraterno es fundamental para sus discípulos. En esta reprensión de Jesús, él le enseña a Verónica sobre el valor tan grande que tiene a sus ojos el amor a los hermanos, y ella se muestra pronta a corregir sus faltas. En párrafos como este podemos ver la autenticidad de las visiones y experiencias espirituales de Verónica, porque todas van encaminadas hacia la vivencia de la doctrina evangélica; hacia la práctica del amor fraterno, y el cumplimiento de la voluntad divina,  hacia la entrega por amor, para bien de todos los hombres.

Debo ayudar a las hermanas con palabras y obras

    A lo largo de su vida, nuestra Santa capuchina es guiada por Dios hacia el seguimiento de Cristo pobre y crucificado. Esto lo comprendió en el interior de su alma: “Pareciome entender que Dios me quiera por la senda que él ha pasado, con toda clase de padecimientos, y que mi vida haya de servir de auxilio para los prójimos. Debo ayudar a las hermanas, con palabras, con obras de caridad y con el ejemplo de toda virtud, para atraerlas a todas al seguimiento de Jesús crucificado”. Este seguimiento, al que es conducida por la voz interior de Dios, la lleva a conducir, también ella, a las hermanas y a todos, hacia la imitación de Jesucristo crucificado. Todo esto tiene como base solida la caridad.

Santa Verónica instruye a sus hermanas en la caridad

    La Santa instruía a sus hermanas en la mortificación personal y en la vivencia de la caridad, como nos muestra este párrafo de su Diario: “Vino a mí una hermana, y me dijo que la diera algún ejercicio para aquel día. Yo dije: “Haced que no pase día sin que os deis algún disgusto a vos misma; estad atenta a la santa mortificación, al desprecio de vos misma y a la caridad con las hermanas; particularmente hacia lo que más repugnancia sintáis. Estas son cosas que agradan mucho a Dios. Hacedlas, pero de corazón y con sentimiento de humildad”. Verónica se muestra como maestra de vida espiritual que guía a las almas por la senda que ella misma sigue: la negación personal, la humildad, y el amor fraterno.

Santa Verónica consuela a una hermana tentada

    En este pequeño párrafo de su Diario, Verónica se muestra muy solicita por el bien espiritual de sus hermanas: “Durante el día, estando en la celda, tuve la inspiración de ir a hablar de Dios con una hermana. Cuando me disponía a ir, fui detenida con gran ímpetu. Nada vi, solo oí una voz que me dijo: “!Maldita! Cuídate de ti; no iras” y sentí que me agarraban fuertemente. Hice la señal de la cruz e invoque de corazón a Jesús. Súbitamente note que me dejaban. Y cumplí aquella obra de caridad, pareciéndome conocer que aquella hermana quedara muy consolada, y me dijo que había hecho bien en ir, porque estaba muy tentada de tener algún resentimiento con la superiora; pero que ahora lo dejaba todo. De aquí comprendí que el demonio no quería que fuera allá”. Verónica hablaba de Dios a sus hermanas y las consolaba, esto le atraía la furia del enemigo. Pero ella no desistía de sus propósitos porque sabía que contaba con la ayuda de Dios. Ella amaba con un amor entrañable a sus hermanas y se preocupaba de su salud espiritual. ¿Qué podría detener a Nuestra Santa? Ella era un fuego de amor hacia Dios y sus hermanas. Aquí vemos la gran talla espiritual de nuestra hermana Verónica que tenía el corazón en el cielo, pero al mismo tiempo tenía los pies en la tierra para comprender la fragilidad humana de sus hermanas y para poner en juego todo para impulsarlas, con amor, hacia la práctica de la caridad.

Caridad con el prójimo y humildad

    Ella escribe en su diario sobre los padecimientos que recibe del enemigo por buscar la salvación de las almas y sobre las enseñanzas de Jesús con respecto a la caridad: “Esta noche ha habido los embates acostumbrados. Mientras encomendaba a los pecadores, he recibido muchos golpes ¡Sea todo para gloria de Dios! Después de maitines, ha habido la renovación de la corona de espinas. Entonces el Señor me ha dado a entender que procure corresponder a cuanto me exige, esto es, que practique la caridad con el prójimo y la humildad en todo y este totalmente resignada a la divina voluntad, viviendo desasida de todo”. La caridad es la enseñanza continua que verónica recibe de Jesús, esta caridad practicada con diligencia y unida a la humildad hacen de Verónica un alma fiel, siempre dispuesta a hacer la voluntad de Dios.

IV. EUCARISTÍA Y PENITENCIA, DONES DEL AMOR DE DIOS

Consideración sobre la eucaristía

     En este párrafo vemos como Dios muestra una predilección especial por Verónica al mostrarle su amor de forma muy personal, dándole a entender que Jesús ha muerto por ella. Verónica por su parte se vuelve loca de amor al considerar que Jesús se nos da como alimento en la Eucaristía. Esto se lo mostraba en su interior, como ella misma lo dice en su Diario: “Dios me daba a entender, que todo era por mí, y que todos los tesoros de sus meritos y de la preciosa sangre que ha derramado por mi amor, con todo lo que ha padecido en su Santísima Pasión, todo está preparado para mí. Aquí he aprendido el gran valor de estos tesoros infinitos. Súbitamente, sin saber como si por comunicación o inspiración, heme encontrado en la consideración de aquel amor infinito y particular de haberse entregado Jesús todo por sí mismo, para alimento de nuestras almas. Sentíame alocada; me abrazaba; no sabía lo que tenia. Tan pronto volvía en mí, como perdía el conocimiento, no podía decir más que ¡amor! ¡amor! Y al pensar que en dicha mañana debía además recibirle en la Sagrada Comunión, no cabía en mi. Hubiera querido encontrar el medio de que nunca más se ausentara en mi corazón, sino que estuviera allí dentro para siempre como esta en el santo tabernáculo. Decía entre mi misma: Jesús mío, si quieres puedes concederme esta gracia de estar siempre en mi corazón” yo le prometía no querer tener jamás otro pensamiento, sino el de él, otro amor que el suyo, otra voluntad que la suya. Sentía reprocharme mis obstinaciones, mi ingratitud.

Después de haber comulgado, me parecía estar loca. Apréciame sentir que Jesús había venido; y de vez en cuando, sentía aquellos toques en el corazón, como me ha ocurrido otras veces. Paréceme que la sagrada comunión me dejara deseo de los desprecios, anhelo de padecer, y sentimiento de humildad”. Lo extraordinario en la vida de Verónica es esta relación amorosa y ardiente de Jesús hacia ella y de ella hacia Jesús. Ella se ha dejado seducir por el gran amor de Jesús, y ha correspondido con un amor incomparable hacia él. Muchas veces parece fuera de sí por este amor. Me parece que lo principal en la espiritualidad de Verónica no es el dolor y el sufrimiento sino el amor, o el sufrimiento como prueba de su amor.

La Eucaristía, don inestimable de caridad

     Verónica, como Nuestra madre Clara, tiene su mirada en Jesús Eucaristía, él es el maestro, la fuente donde se nutre y aprende el amor. Ese amor que busca siempre nuevos medios de donación. Ante el amor que Jesús manifiesta en la Eucaristía, en hacerse nuestro alimento, Verónica responde con fe y confianza.”Comprendía mi indignidad; pero súbitamente pensaba en aquel amor infinito, que, de tan industriosa manera, había pensado hacer un acto tan grande, dándose a sí mismo por alimento de nuestras almas. En este momento se dio la Sagrada Comunión. Y fui con ánimo seguro de que me concediera esta gracia. Y después de comulgar quede fuera de mí. Entonces me parecía tener la visión de Jesús glorioso. Hice lo que acostumbro. Lo desprecie todo; pero de nada me sirvió. El Señor me dijo: está tranquila; no soy el demonio; soy Jesús. Esto diciendo me abrazo y me hizo descansar sobre su costado. En este momento me dio más comunicaciones acerca de su amor divino; particularmente acerca de estos dos sacramentos: el primero el de la penitencia y el segundo el de la comunión. Con sentimiento íntimo me hizo conocer un poco el valor inestimable de estos dos sacramentos. Mientras me hacía comprender con que amor se había dado todo a sí mismo, en provecho de nuestras almas. A mí, entonces, me pareció conocer que nunca jamás me había preparado y dispuesto para recibirle con sinceridad y pureza de intención. No digo con la dignidad que se requiere; porque jamás soy digna de acercarme a tan grande amor”. En este párrafo del diario de Verónica podemos ver que ella nutria su vida espiritual en los sacramentos de la Iglesia, fuentes genuinas que conducen a la vida divina. Ella manifiesta una gran fe en el sacramento de la confesión; en el ministro contempla a Cristo su amado. Y en la Eucaristía contempla el gran amor de donación que mueve a Jesús a quedarse en la Eucaristía como nuestro alimento. Ante esta contemplación, Verónica se consumía de amor.