Por la hermana Maria del Divino Verbo, Clarisa Capuchina

ENFERMEDADES QUE SUFRIÓ SANTA CLARA

Contrasta grandemente la abundancia de detalles que los biógrafos de Francisco ofrecen de sus enfermedades; no así es la condición de las fuentes respecto de Clara, aunque atestiguan unánimes que permaneció enferma durante casi treinta años. Los síntomas que se transmiten son muy pocos.

Los testimonios de las hermanas en el Proceso de Canonización106 están de acuerdo en subrayar un pasaje «crítico» de la vida de Clara, de su enfermedad, que es sobriamente evocada, y que cambiará su ritmo de vida107.

En la cronología de santa Clara encontramos que hacia 1224-1225 comienza su enfermedad, relacionándola con la estigmatización de san Francisco108. Dos testigos en el Proceso de Canonización hacen constar el lazo que une las penitencias y su enfermedad:

En los alimentos era tan austera, que las hermanas se maravillaban que su cuerpo viviera. Dijo también que la dicha bienaventurada Clara, durante mucho tiempo, no comía nada tres días a la semana: el lunes, el miércoles y el viernes; y que los otros días practicaba tanta abstinencia, que contrajo una enfermedad, por la que san Francisco, junto con el obispo de Asís, le ordenó que en aquellos tres días comiese al menos medio panecillo al día, que era aproximadamente onza y media (Proc I,8)109

Posiblemente fue sobre todo la debilidad de estómago producida por sus prolongadas abstinencias la enfermedad que acompañó a Clara, dando así entrada a otras consecuencias que a la debilidad y flaqueza le siguen.

Es unánime la constatación de que una de las primeras consecuencias de su enfermedad fue la templanza en las prácticas de ascesis personal, puesto que fue necesaria la intervención del Obispo Guido y la de Francisco para moderar sus impulsos de generosidad, pues se daba al Pobre Crucificado con prácticas de penitencia temerarias. Se conducía ella misma, escogiendo activamente, generosamente, cómo servir al Señor. Sin embargo, la enfermedad la hace más débil, impotente, entregada a la bondad de sus hermanas. Todos estos acontecimientos intervienen en su vida y acaban por fijarla en una situación de dependencia y abstinencia que es la herencia de toda enfermedad grave110.

Los testimonios del Proceso recuerdan las condiciones de una enferma al menos por periodos. Clara aparece incapaz de desplazarse sola dentro de la casa, y de cambiar de postura en la cama y aun de mantenerse derecha sin apoyo cuando está sentada. Estas condiciones comportan la imposibilidad de asistir al coro para participar de la oración litúrgica común111.

Sabemos por los testimonios del Proceso que Clara se dedicaba al trabajo manual, al servicio de la enfermas y a cualquier otro servicio de la casa que «prefería hacer por sí misma antes que encomendarlo a otra». He aquí muchas actividades que la enfermedad va a imposibilitarle, mencionando además que Clara necesitará ayuda para todo. Así el Proceso utiliza las expresiones: se hizo traer…112, se hacía incorporar…113, se hacía conducir…114, mandó que le trajeran…115. Es así como realiza y desarrolla el arte de recurrir a las demás116, la actitud de acudir a la ayuda mutua.

Con todo, es importante resaltar las actitudes con que Clara vivía la enfermedad. La Leyenda de Clara nos dice:

Había corrido durante cuarenta años en el estado de la altísima pobreza, y he aquí que, precedida de múltiples dolores, se acercaba ya al premio de la llamada suprema. Y es que el vigor de su constitución física, castigado en los primeros años por la austeridad de la penitencia, fue vencido en los últimos tiempos por una cruel enfermedad; y así, la que estando sana se había enriquecido con los méritos de sus obras, estando enferma se enriquecía con los méritos de sus sufrimientos. Puesto que la virtud se perfecciona en la enfermedad (2Cor 12,9) (LCl 39)117

El biógrafo ve la prueba de la virtud extraordinaria de Clara en el hecho de que:

«Durante veintiocho años de continuo dolor no resuena en sus labios una murmuración ni una queja; por el contrario, a todas horas brotan de sus labios santas palabras, a todas horas acciones de gracias» (LCl 39)

Sin evidenciar los motivos de su enfermedad, resalta su referencia a Cristo: « Como quiera que durante su enfermedad “todo era recordar a Cristo, por eso también Cristo la visitaba en sus dolencias» (LCl 29). Por lo cual mantiene en su espíritu una alegría mística:

«Y si bien es cierto que la grave aflicción del cuerpo engendra de ordinario la aflicción del espíritu, de forma muy distinta sucedía en Clara, quien conservaba en medio de sus mortificaciones un aspecto festivo y regocijado, de modo que parecía demostrar o que no las sentía o que se burlaba de las exigencias del cuerpo. De lo cual se da a entender claramente que la santa alegría de la que abundaba interiormente, le rebosaba al exterior, porque el amor del corazón hace leves los sufrimientos corporales» (LCl 18).

Se comprende que, con estas disposiciones en el alma, pudiera soportar la pesada cruz de su enfermedad durante diez largos años, no solo sin murmurar ni quejarse, sino con una prolongada acción de gracias. Conocía el valor del sufrimiento compartido con Cristo; de ahí su amor a la cruz. El dolor fue para ella fuente de aquella perfecta alegría cantada por Francisco(118).

Esta disposición interior lo atestigua el Proceso de Canonización, tras recordar los ayunos de la santa, prosigue: «Sin embargo, siempre estaba alegre en el Señor, y nunca se la veía alterada, y su vida era toda angelical» (Proc III, 6).

Es igualmente admirable que aun en medio de sus enfermedades fue escrupulosamente observante de la Regla: « De noche se incorporaba en el lecho y velaba en oración» (Proc II, 9) y exhortaba a las hermanas a la perfecta observancia de la Orden y al amor a la pobreza (Proc XIII, 10). De igual manera nunca quiso estar ociosa, sino que con sus manos confeccionó unos corporales para las Iglesias de la ciudad, habiéndolos hecho bendecir por el Obispo (Proc VI, 14) pues profesaba una gran devoción a la Eucaristía. Escogía, además, realizar con diligencia los trabajos más humildes y viles (Proc II, 1; VI, 7; VII, 5) en favor de las hermanas enfermas.

 LA ENFERMEDAD A LA LUZ DE LOS ESCRITOS DE AMBOS SANTOS

Llama fuertemente la atención el hecho de que tanto Francisco como Clara son extremadamente parcos y exigentes consigo mismos al grado que sólo ceden ante la Obediencia que les pide discreción. Sin embargo, conocemos por sus escritos que para con sus hermanos y hermanas fueron tan atentos, delicados y misericordiosos que no escatimaron esfuerzo por atenderles con solícita caridad.

Exhortaciones de Francisco en sus Escritos

Francisco trata este tema en el capítulo 10 de la Regla no Bulada:

«Y ruego al hermano enfermo que dé gracias al Creador por todo, y que desee estar tal como el Señor le quiere, sano o enfermo, porque “Dios adiestra por medio del aguijón de las tribulaciones y de las enfermedades y por el espíritu de compunción” a los que ha predestinado para la vida eterna, (cf. Hch 13,48), como dice el Señor: A los que amo yo los corrijo y castigo (Ap 3,19)»119

Los hermanos, predicadores itinerantes que caían enfermos, en los primeros tiempos de la Orden, sufrían graves dificultades, por ello Francisco los exhorta a dar gracias al Creador, de quien depende el estado de salud como de enfermedad; aceptarán de Él tanto una cosa como otra con resignación. Francisco señala enseguida el objetivo pedagógico de la enfermedad: porque “Dios adiestra por medio del aguijón de las tribulaciones y de las enfermedades y por el espíritu de compunción” a los que ha predestinado para la vida eterna. La Enfermedad, por tanto, debe suscitar ese sentimiento religioso que incluye el dolor por los propios pecados, el desprecio de los

falsos placeres, el temor al juicio divino y un ardiente deseo de Dios y de la vida eterna. La enfermedad es signo evidente del amor de Dios: «A los que yo amo, los corrijo y castigo», acentúa Francisco citando Ap 3,19120.

Francisco, en la Regla no bulada, capítulo 23, invita a todos los hombres a «que perseveremos todos en la verdadera fe y en la penitencia, ya que de lo contrario, nadie se puede salvar» (1R 23,7), incluidos los «sanos y enfermos». Por otra parte, se advierte en sus escritos que a los hermanos que caen en pecado mortal los tiene por enfermos espirituales que necesitan de médico121. En la Carta a toda la Orden manifiesta su «grave culpa» por no haber observado la Regla y, sobre todo, por no haber rezado el Oficio «ya por descuido y por causa de mi enfermedad, ya también porque soy ignorante e indocto» (CtaO 39). Debemos considerar que por su enfermedad de los ojos progresivamente iba perdiendo visibilidad, lo cual hacía más dificultoso la lectura del Oficio divino122.

Teniendo en cuenta que infirmitas, in- firmo significa “no tengo fuerzas”, es justamente el sentido que le da el «Cántico del hermano sol», de enfermedad grave o crónica, particularmente en cuanto obliga al individuo afectado por ella a la inmovilidad, o lo inhabilita total o parcialmente para realizar sus actividades normales.

«Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor

y soportan enfermedad y tribulación;

dichosos aquellos que lo sobrellevan con paz,

pues por ti, Altísimo, coronados serán»

Brota entonces de Francisco esa disposición interior para vivir esta etapa de su vida, rebosando de alegría en sus enfermedades y tribulaciones, encontrar su consuelo en el Señor y dar rendidas gracias a Dios Trino porque le ha dado esta gracia y bendición.

Hay que tener en cuenta este estado de debilidad que Francisco le da a la enfermedad al leer la Admonición 6 y 5. Así dice la primera:

«Pongamos atención, hermanos todos, al Buen Pastor, que soportó el suplicio de la cruz para salvar a sus ovejas. Las ovejas del Señor le siguieron en tribulación y en persecución, en ignominia y en hambre, en enfermedad y en tentación, y en todos lo demás, y por ello recibieron del Señor la vida eterna» (Adm 6, 1-2)123.

Aceptar con serenidad y paz el estado de debilidad y enfermedad, es para Francisco el seguimiento de las ovejas tras los pasos del Buen Pastor, con la mirada puesta en la vida eterna.

Igualmente en la Admonición 5 que tiene como título: “Nadie se enorgullezca, antes bien gloríese en la cruz del Señor”124, en el v.8 afirma: «De lo único que debemos gloriarnos es de nuestra debilidad125 y de cargar cada día con la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo»

Como pecadores, lo único que podemos exhibir ante Dios es su amor, que nos ha redimido en la cruz de Cristo. En Cristo, Dios perdona nuestras debilidades. A través de la gracia redentora de la cruz de Cristo, llena nuestro «no tener nada» con su misericordia. El único motivo de nuestra gloria es el amor misericordiosos de Dios, que llena nuestra pobreza, que convierte en buenas nuestras debilidades si estamos dispuestos a llevar cada día la cruz de Cristo126.

Francisco que acompañado continuamente por el dolor y la «hermana enfermedad» hasta llegar al encuentro con la «hermana muerte», vivió intensamente el seguimiento de Cristo, sobre todo en su Pasión. La pobreza y la enfermedad de las hermanas deben ser para nosotras un espejo en el que debemos ver piadosamente la pobreza y el dolor que nuestro Señor Jesucristo sufrió en su cuerpo para salvar al género humano.

No podemos dejar de lado la hermosa exhortación de Francisco, dirigido a «Santa Clara y las Hermanas pobres» en el cántico «Audite, poverelle» y que incluye tres versos que merecen una especial atención:

«Las que están bajo el peso de la enfermedad,

y las demás que por ellas se fatigan,

todas a una sobrellevadlo con paz»

La propia experiencia del santo y –a la luz del Proceso de Canonización de Clara– se conoce que había un gran número de enfermas en san Damián. El estrecho espacio, la mísera alimentación y la severidad de los ayunos durante todo el año, con la única excepción de los domingos, los jueves y el día de Navidad (cf. 3CtaCl, 29ss), ofrecían un gran campo para las enfermedades de la Edad Media127.

Francisco se dirige en primer lugar a las hermanas enfermas, que sienten la pesada carga de su enfermedad. El Pobrecillo estaba familiarizado con los sufrimientos físicos, por cuanto que le unían a Cristo y le abrían camino a la glorificación celeste. Además tiene, de la misma manera una palabra para las hermanas sanas, para las que atienden a las enfermas, con la misma exhortación: «todas a una sobrellevadlo con paz». Esta declaración está cargada de sentido, pese a su sencillez. Ya que el dolor que persiste o el permanente servicio a enfermas, amenaza el peligro del desaliento, de la rebeldía interior y de la impaciencia manifestada externamente, a las que la «paz» se opone, puesto que es un «sí» alegre, pleno y renovado a la voluntad de Dios

manifestada aquí y ahora. Únicamente por este camino se cumple en la enferma y en la enfermera una transformación radical de los sentimientos: lo que antes parecía repugnante se cambia, por la fuerza del amor, por la dulcedumbre del espíritu y del cuerpo(128).

«Algún día veréis el precio de estas fatigas,

porque cada una será reina,

en el cielo coronada, con la Virgen María»

Estos versos se relacionan completamente con los anteriores. Las buenas disposiciones para recibir la enfermedad serenamente o cuidar con abnegación de los enfermos, será recompensada, como la Virgen María, con la gloria imperecedera.

Exhortaciones y sentido espiritual de la enfermedad en los Escritos de Clara

En los escritos de santa Clara encontramos conceptos semejantes, pero enriquecidos con la sustitución vicaria a favor del Cuerpo místico129; así leemos en la 3 carta de santa Clara: «sirviéndome de las mismas palabras del apóstol (cf. 1Cor 3,9; Rm 16,3): te considero colaboradora del mismo Dios y sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable» (3CtaCl 8). Siendo colaboradoras de Dios, estamos llamadas a reproducir en nosotras mismas las actitudes de Cristo, cabeza del Cuerpo inefable, porque si las Hermanas Pobres se retiran del mundo, no es para abandonarlo egoístamente, sino para servirlo mejor, desde sus limitaciones, enfermedades y desapropio130. Así Clara le da al sufrimiento un sentido escatológico:

«Si con Él padeces, con Él reinarás (Rm 8,17),

si con Él te dueles, con Él gozarás,

muriendo con Él en la cruz de la tribulación (1Tes 2,11s),

con Él poseerás las moradas del cielo

en la gloria espléndida de los santos (Sal 109,3)» (2CtaCl 21)

Sólo en la contemplación de la «dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad» del Espejo-Jesucristo, Clara quiere permanecer con firmeza en la pobreza, porque supo reconocer el valor salvífico de la pobreza de Cristo hasta la Cruz y respondió, «con una sola voz y un solo espíritu a su clamor y gemido: No se apartará de mí tu recuerdo y dentro de mí se derretirá mi alma (Lam 3,20)» (4CtaCl 26)

En la Regla de Clara, capítulo VIII, pese al gran parecido de la Regla bulada de Francisco y las influencias de la Regla de Hugolino, se deja ver en los v. 12-19 la ternura materna con la que se expresa santa Clara en relación a los cuidados que hay que bridar a las hermanas enfermas, las motivaciones de humanidad exquisita y de caridad cristiana con que señala estas disposiciones:

«La abadesa está firmemente obligada a informarse con solicitud, personalmente y por medio de las demás hermanas, sobre las hermanas enfermas, y a proveerlas caritativa y misericordiosamente, según la posibilidad del lugar, en cuanto a remedios, alimento y demás cosas necesarias que requiere su enfermedad. Ya que todas están obligadas a proveer y servir a sus hermanas enfermas como querrían que se les sirviese si ellas estuvieran aquejadas de alguna enfermedad (cf. Mt 7,12). Manifiesten confiadamente la una a la otra su necesidad. Y, si una madre ama y alimenta a su hija según la carne, ¿con cuánta mayor solicitud no deberá una hermana amar y alimentar a su hermana espiritual? Las hermanas enfermas descansen en jergones de paja y tengan por cabecera almohadas de pluma; y las que necesiten escarpines de lana y colchones, puedan usarlos. Y las sobredichas enfermas, cuando fueren visitadas por los que entran en el monasterio, podrán responder personalmente con algunas breves y buenas palabras a los que les hablen131 .

Este fragmento deja ver que Clara acogió a cada hermana en su fraternidad como un don, el mayor de la fraternidad y de cada una de ellas se sintió responsable ante Dios, especialmente si una de ellas se encuentra enferma o es anciana. Son las preferidas, sin duda, como miembros dolientes de Jesús y como estímulo para nuestra caridad. De ellas recibimos más de lo que les damos132.

Bástenos leer el proceso de Canonización y la Leyenda de santa Clara para verificar que las disposiciones que Clara escribe en la Regla son un fiel retrato de la vida evangélica que ella vivió como Madre y hermana de las hijas que Dios le había regalado y del cuidado y maternal solicitud que tuvo con las hermanas enfermas.

La gran riqueza que Francisco y Clara nos ofrecen con su experiencia, su doctrina y su testimonio de vida respecto al tema que nos ocupa ilumina nuestra vida fraterna que en estos pequeños detalles ponen de relieve que esta vida es una gracia de Dios, que la debemos vivir en constante comunicación y sintonía con el Espíritu, el único que da salud y vida.

VENERABLE MARÍA LORENZA LONGO Y LA REFORMA CAPUCHINA

ENFERMEDAD Y CURACIÓN MILAGROSA

María Lorenza Longo, nacida en Cataluña hacia el 1463 de la noble familia de los Riquençà. Casó muy Joven con Juan Llonc133.

El biógrafo Bellintani nos presenta a la joven dama mientras “danza” felizmente y tiene tanta sed que pide de beber a una de sus criadas, las cuales reprendía y “tenía controladas”, hasta el punto de que llegaron a odiarla. La “criada ofrece un vaso de agua en el que había echado veneno”, con el fin de convertirla en paralítica. María Longo pudo escapar de la muerte; pero, durante 20 años quedó “totalmente estropeada de manos y pies”134.

Tal parece que la enfermedad la hizo llevar una vida muy miserable. Muere su marido hacia el 1508-1509 en Nápoles, a donde se habían trasladado, en el séquito de Fernando el Católico. En 1510 realiza la peregrinación al santuario de Loreto. Ya en el santuario, el sacerdote leyó el Evangelio de la historia de la curación del paralítico, con las palabras: «Yo te lo digo, levántate»; y concluyo la misa diciendo «Dad gracias a Dios». A estas palabras un escalofrío recorrió los miembros de María, que se sintió completamente curada en el cuerpo y llena de alegría en el espíritu135. Antes de dejar Loreto habría vestido el hábito de la Orden Franciscana Seglar para dedicar el resto de sus años al Señor y a los hermanos necesitados de ayuda136.

Como en Nápoles le ofrecieron, los Franciscanos, como modelo a Isabel de Turingia, quiso dedicarse de igual manera a la visita de los enfermos y aliviar la miseria de los pobres. Comenzó sobre todo a frecuentar el hospital de san Nicolás en Molo, como dama voluntaria de la caridad, junto con otras damas de la Orden de la Nave, las cuales, al regreso de María del santuario de Loreto, vistieron el hábito de las Terciarias Franciscanas y todas unidas se pusieron al servicio de Dios en el hospital de los Incurables, que estaba comenzando137.

FUNDADORA Y GOBERNADORA DEL HOSPITAL DE LOS INCURABLES EN NÁPOLES

María Lorenza Longo es considerada como la fundadora de este Hospital. Nos lo confirman sus biógrafos e historiadores138, asumiendo su dirección como gobernadora. Así mismo, la bula de Paulo III Debitum pastoralis officci de 1535 atribuye a María Lorenza Longo la iniciativa de erigir desde sus fundamentos el hospital de los Incurables de Santa María del Pueblo en Nápoles139.

Ciertamente que María Lorenza Longo opuso resistencia para llevar a cabo una obra de tal magnitud. Nos refiere Bellintani que ésta no cesó hasta que:

«Una mañana, durante la misa, sintió una voz casi sensible que le dijo: -“¿Amabas a tu marido?”, y ella respondió: -“Si, cierto que lo amaba”; y la voz: -“¿Amas a tus hijos?”. Ella respondió que sí y la voz añadió: – “Y a mi, ¿por qué no me amas tú, yo que te he concedido tantas gracias?”.

Iluminada por el Espíritu Santo, comprendió que Jesús quería ser amado en aquellos “pobrecillos” y así decidió no alejarse jamás de aquel cuidado»140

Es así como el Hospital es inaugurado el 23 de marzo de 1522141. María Lorenza dotó al hospital con sus propios bienes y con sus donativos que mendigaba personalmente. Tenía su habitación en el mismo edificio y servía a los enfermos con sus propias manos con una dedicación incansable. La atención personal que María ofrecía a los enfermos era sobre todo de caridad evangélica. “Ella abrazó con gran espíritu esta empresa –escribe Bellintani– aceptando el gobierno de los enfermos, no sólo de los locales, sino también de los forasteros, tanto de hombres como de mujeres, nobles o plebeyos, con maravilloso ejemplo y edificación”, cuidando los cuerpos, pero sobre todo las almas142.

Los «incurables» atendidos eran; principalmente, las víctimas del llamado «mal francés» (la sífilis) y, como el vehículo normal de esa infección eran los centros de prostitución, su celo la llevó a ocuparse también de las mujeres públicas, a favor de las cuales impulsó la fundación de una comunidad de «convertidas», que en 1538 confió a los cuidados de María Ayerbe, duquesa de Termoli, su más asidua colaboradora, verdadera hija espiritual. Profesaban la regla de la Orden Tercera Franciscana143.

FUNDADORA DEL MONASTERIO

En 1530 llegaron a Nápoles los primeros Capuchinos y fueron acogidos por María Lorenza en las dependencias del hospital. María comunica a san Cayetano de Thiene, a cuya dirección espiritual se había confiado, la idea que venía acariciando: Se sentía llamada por Dios a completar el complejo beneficio del Hospital con un monasterio de contemplativas franciscanas, donde ella pudiera encerrarse para consagrar a Dios, en la oración, el resto de su vida144.

María Lorenza, físicamente inhábil, de edad avanzada, sufre por razón de su inactividad, a la vista de tantas miserias humanas. Entre sus colaboradoras formó un grupo escogido, que ella cultivaba en la vida de oración, en el retiro y en la renuncia. Reunió a esas almas fervorosas a fines de 1534145. El 19 de Febrero de 1535 el papa Paulo III, con la Bula Debitum pastoralis officii, autoriza la continuación de la construcción del monasterio y autoriza la fundación de una “Tercera Orden de san Francisco según la Regla de santa Clara”, con una abadesa, 12 coristas –sin obligación de dote– y otras hermanas conversas…146 Posteriormente con el Breve «Alias nos» del 30 de abril 1536, Paulo III autoriza a que el número de las mojas llegara hasta 33147.

El 12 de agosto de 1536 el cardenal Palmieri daba a María Longo el título de “abadesa” y ya no se menciona a la “Tercera Orden Franciscana”, sino a la “Orden de Santa Clara”148. Es evidente la conciencia de ser una nueva reforma de la Orden de Santa Clara, cuya Regla observan, así como las constituciones de santa Coleta, con ciertas adaptaciones para la nueva reforma.

TRATO A LAS HERMANAS ENFERMAS EN LOS MONASTERIOS DE CAPUCHINAS

Conforme a la espiritualidad de santa Clara y de la Venerable Madre María Lorenza Longo, en todos los monasterios se daba mucha importancia al sector destinado al cuidado de las hermanas enfermas; había celdas individuales, con camas confortables, como manda la Regla, chimenea para el invierno y un altar con el crucifijo149.

La caridad fraterna tenía su manifestación más genuina en el cuidado de las enfermas, con tanta vehemencia inculcado por santa Clara en su Regla y por santa Coleta en sus constituciones, cuyo texto está recogido y ampliado en las de 1610 para las capuchinas. Sin embargo, no deja de aparecer cierta preocupación de que, a pretexto de la caridad con las pacientes, pierdan éstas el mérito de la austeridad propia de la Orden. En el monasterio de Santa Bárbara de Milán las enfermas habían de dormir como las sanas, «vestidas con el hábito, la cuerda y la toca»; pueden dormir sobre jergón de paja con almohada de pluma. « Y aunque la Regla concede que puedan dormir sobre colchones de lana, nosotras no tenemos esa costumbre»150. Por el contrario, Las constituciones de Barcelona permitían poner sobre las tablas un sencillo jergón y una almohada de paja. Y añadían: «De ninguna manera se permita a ninguna hermana dormir en tierra, por ser muy contrario a la salud» (Cap. 20). La costumbre de dormir sobre tablas ha sido general entre capuchinas y capuchinos. Con las enfermas se seguía la norma de la Regla, haciéndolas dormir sobre colchón de lana151.

En virtud de las Constituciones de 1610, las capuchinas debían abstenerse de comer carne todo el año, a no ser que estuvieran enfermas y a tenor de la Regla: «con las jóvenes y débiles ha de prevalecer la caridad de Cristo sobre la excesiva austeridad indiscreta» (Cap. IV)152.

El texto original de las constituciones coletinas, y también la copia conservada en Nápoles, contenía un párrafo muy fuerte contra la abadesa o la vicaria o cualquier otra hermana que faltara en el cuidado de las enfermas: debían ser «acusadas al visitador y gravemente castigadas como excesivamente crueles» (Cap.XI). Al procurador general, que revisó el texto de 1610, debió de parecerle demasiado dura la expresión y la eliminó. Pero fue mantenida en el texto de Barcelona-Zaragoza, tomándola del manuscrito de Nápoles153.

 CONSTITUCIONES DE LAS MONJAS CLARISAS CAPUCHINAS (1986)154

Caridad para con las hermanas enfermas (cap. VIII, artículo 3)

La experiencia de la comunidad con las hermanas enfermas es de gran importancia en todo monasterio. A estas hermanas enfermas se ha de añadir las ancianas, las débiles, las tentadas…, en suma, las «pequeñas»155.

Se trata aquí particularmente las circunstancias favorables que se han de propiciar para las hermanas enfermas en un ambiente de fraternidad solícita por sus necesidades corporales y espirituales.

 a) Como cada una quisiera ser servida (n. 148)

Cuando una hermana cayere enferma o necesitare cuidado especial, «la abadesa está firmemente obligada a informarse con solicitud, por sí y por otras hermanas, y a proveer caritativa y misericordiosamente, según la posibilidad del lugar; ya que todas están obligadas a proveer y servir a sus hermanas enfermas como querrían que se les sirviese si ellas estuvieran aquejadas de alguna enfermedad», atendiendo a la hermana espiritual con un amor más solícito que el amor con que una madre ama y alimenta a su hijo según la carne156.

El papel que santa Clara atribuye a la abadesa es de una delicadeza particular, y las Constituciones lo vienen a enfatizar con la recomendación de “si una madre ama y cuida a su hija carnal, con cuánta mayor solicitud deberá cada una amar y cuidar a su hermana espiritual”. Es notorio el hecho de que Clara no dice: “Provean a sus hermanas, según lo permita la forma de nuestra pobreza”, sino “caritativa y misericordiosamente” y este amor sólo puede brotar de quien se siente responsable del don que Dios le ha hecho en las hermanas, sintetizado en la “regla de oro”, es por tanto imprescindible que todas apoyen, a la abadesa en la atención que se le de a las hermanas enfermas y a las enfermas en sobrellevar sus dolencias.

 b) La asistencia médica (n. 149)

La Madre visite a las hermanas enfermas, para que no les falte nada y tengan oportunidad de manifestarle sus necesidades de orden tanto espiritual como corporal. Para la asistencia de la comunidad búsquense médicos de toda confianza. La hermana enfermera procure cumplir con toda caridad y humildad el oficio que se le ha encomendado, anticipándose a las necesidades de las hermanas con delicadeza u solicitud(157).

Que sobre todo la Madre las visite para conocer y proveer a sus necesidades, y aun no se ha de esperar a que la enferma pida el remedio, sino que la misma Madre debe darse cuenta cuando alguna se haya aquejada de algún mal. Esta norma de caridad no se limita a las cosas materiales y corporales, sino de la misma manera a las espirituales158.

Que se les faciliten médicos de toda confianza del punto de vista médico y moral. En cuanto a proveerlas de lo necesario y a personal sanitario se han de tener en cuenta las palabras de Francisco: “… que uséis con discreción de las limosnas que os da el Señor”159, porque como en el punto anterior, la caridad, está por encima de la pobreza, aunque en una fraternidad de pobres no es fácil que cada enferma lo halle todo a la medida de sus deseos.

Siempre es loable el trato de hermanas abnegadas que sirven a las enfermas con heroica caridad y humildad, con delicadeza y solicitud, sin esperar a que le pidan sus servicios. Es preciso, además, que la comunidad vele también por ellas.

 c) Sanas y enfermas en una fraternidad de pobres (n. 150)

Miraremos con veneración a las hermanas enfermas, como a miembros dolientes de Cristo, y nos consideraremos felices y honradas de poder visitarlas y servirlas, haciéndoles llevaderas sus dolencias.

La hermana enferma, por otra parte, no olvide la vida de abnegación y de pobreza que ha profesado. Y todas, sanas y enfermas, tengan presente la exhortación de san Francisco: «Las que están bajo el peso de la enfermedad y las demás que por ellas se fatigan, todas a una sobrellevadlo con paz»(160)

Las hermanas enfermas han de ser veneradas como miembros dolientes del cuerpo de Cristo, servida y cuidadas con amor, según las palabras de Cristo en el evangelio: “lo que hicieron a uno de estos más pequeños de mis hermanos, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40). Por ello deben sentirse las hermanas felices y honradas de visitarlas y servirlas

En la salud y en la enfermedad, no hemos de olvidar la vida de renuncia y pobreza que hemos profesado, de forma que la hermana enferma ha de sobrellevar pacientemente ciertas fallas y limitaciones que puede experimentar en los cuidados de sus hermanas.

 d) Mitigaciones caritativas. Cuando llega el trance final (n. 151)

Concédanse a las hermanas enfermas y delicadas las mitigaciones que sean necesarias, según la Regla, en cuanto a la alimentación, cama, vestido y calzado.

A las de edad avanzada y a las que padecen enfermedad grave propóngales la abadesa la recepción de la unción de los enfermos. Y cuando vea que la enfermedad se agrava peligrosamente, avise con caridad y sinceridad a la enferma, para que aproveche plenamente los medios de prepararse a bien morir y pueda recibir a tiempo el Viático161.

Con las hermanas enfermas cesan las normas comunes de austeridad162. No sólo lo que ella manifieste, sino lo que es un deber de caridad y dignidad de la persona

En clima de oración y acogida de la voluntad de Dios, que se ofrezca a las enfermas graves y a las ancianas todas las atenciones espirituales, particularmente la unción de los enfermos.

 e) Caridad con las enfermas del espíritu (n. 152)

No sólo han de ser atendidas con esmerada solicitud las hermanas enfermas en el cuerpo, sino con mayor razón las que padecen enfermedad del espíritu. Las afligidas y atribuladas por cualquier causa sean rodeadas de la mayor consideración por las demás hermanas. Ha de tenerse, sobre todo, indulgencia y comprensión fraterna con la hermana que incurriere en alguna culpa. «Si, amonestada dos o tres veces por la abadesa o por otras hermanas, no se enmendare», mientras se echa mano de los medios de corrección

«hágase oración para que el Señor ilumine su corazón moviéndola a penitencia», como manda la Regla.

«Mas la abadesa y sus hermanas deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de cualquier hermana, porque la ira y la turbación impiden la caridad en sí y en las demás»163.

En unión al tema de las hermanas enfermas santa Clara hace en su Regla una alusión a otro aspecto de singular importancia como es la salud espiritual de las hermanas.

A este respecto dice la Regla en el capítulo IV: «Consuele a las afligidas y sea el último refugio de las atribuladas». San Francisco en la Carta a un Ministro nos ofrece unas recomendaciones que nos revelan las entrañas de madre que él tenía para con los hermanos. Transcribo el fragmento refiriéndome concretamente a una hermana (X):

«Y quiero conocer en esto si tú amas al Señor y a mí, su servidor y tuyo, a saber, si te conduces de esta manera: que no haya en el mundo hermana alguna que haya pecado todo cuanto puede pecar y que, después de haber visto tus ojos, jamás se aparte de ti si tu perdón, si te lo pide; y si no te pide el perdón, pregúntale si quiere el perdón. Y si después volviera a pecar mil veces en tu presencia, ámale más que a mí, para atraerla al Señor. Y muéstrate siempre compasiva con las tales. Y haz saber a las hermanas que estás resuelta a conducirte de esta manera por tu parte»164

El manto de comprensión, de misericordia, de perdón y de silencio caritativo debe por nuestra parte envolver las espaldas y el corazón de la hermana, así evitaremos caer en la ira u alteración, sabiendo que no estamos exentas de pecado.

El clima de comunión fraterna, de armonía de mentes y corazones en los encuentros fraternos evita el aislamiento enfermizo de quien busca la soledad, creando el clima propicio para la melancolía y enfermedad espiritual. Sin embargo, porque por muy elevado que sea el nivel espiritual y fraterno de la comunidad, siempre habrá que contar con la fragilidad humana165. Por lo tanto que a las enfermas espirituales se les ofrezca la mayor consideración, hecha de paciencia, comprensión y guía espiritual, ofreciéndoles el perdón y acogida, sobre todo que se ore por ellas.

CONCLUSIÓN:

Concluyo este pequeño análisis reflexionando en la situación que vivimos con nuestras hermanas enfermas. Sé que la situación en cada monasterio y con cada persona es diferente, pero hay algo que no difiere entre nosotras y es que, en la salud o en la enfermedad seguimos siendo hermanas y esta experiencia de fragilidad nos debe ayudar a fortalecer nuestros lazos espirituales de vida fraterna, de caridad, de misericordia.

Por tanto concluyo que:

1. Responsables de las hermanas enfermas son:

 § Toda la comunidad es responsable de la salud de cada hermana; así como cada hermana es responsable de sí misma. Por lo cual debemos cuidarnos unas a otras como una madre cuida y ama al hijo de sus entrañas, tanto si estamos sanas y aun más si estamos enfermas y, todas y cada una somos responsables implícitamente.

 § Especialmente la Abadesa es la primera responsable de las hermanas enfermas, ya que ha sido puesta por Dios para el cuidado de las hermanas, como lo dice la Regla y nuestras Constituciones.

 § Las hermanas enfermeras. Es conveniente que haya en nuestros monasterios personas con conocimientos, al menos indispensables para que las hermanas enfermas reciban la atención adecuada y digna.

 § En casos especiales, se ha de proporcionar la ayuda de personas competentes que puedan prestar sus servicios a las hermanas enfermas que lo necesiten verdaderamente, sobre todo si requieren atención especializada.

2. ¿A quién? A enfermas de varias clases:

 § Desde las “pequeñas dolencias” hay que tener en cuenta para que no se agraven.

 § Otros tipos de enfermedad: En cuanto las enfermedades se manifiesten, es necesario atenderlas; de esta forma nos podríamos evitar grandes preocupaciones y quizá grandes

 gastos. Por tanto: hacerlo a tiempo. Un clima de confianza en la comunidad ayuda a que las hermanas manifiesten con sencillez y sinceridad su necesidad.

 § La misma edad como enfermedad: Con las hermanas ancianas se ha de tener suma delicadeza y atención, pues son las que llevan sobre sus hombros lo que ahora las nuevas generaciones están disfrutando. Es, por tanto un deber de caridad, pues las hermanas ancianas y enfermas, se encuentran en la etapa en que se consideran inútiles. Que nuestro amor fraterno les demuestre lo contrario, haciéndolas entrar en el misterio de ser colaboradoras de Dios en su Cuerpo místico.

3. ¿Cómo? Propongo los siguientes puntos:

a) Atención Material: Esta se debe tener en cuanta y es un factor muy importante pues gran parte del restablecimiento de la salud o el conservarla tiene que ver con:

 § Dieta: Es importante procurar una dieta equilibrada y correcta en todos los sentidos, siguiendo razonablemente, si hubiera, el régimen prescrito por personas competentes y no el que uno se pudiera programar por sí mismo.

 § Descanso: El horario del monasterio ha de estar bien organizado, a fin de que se disponga del tiempo necesario para el descanso, como lo prescriben las Constituciones (III, 1, 62)

 § Medicamentos: Si se lleva un equilibrio en dieta y descanso, nos ahorraremos mucho en medicamentos, más sin embargo, cuando estos son indispensables se ha de proveer a las hermanas de lo necesario para tener la atención médica conveniente, así como los medicamentos

 § Especio adecuado: El lugar propio para una enferma es la enfermería. Ésta ha de tener las proporciones adecuadas para que la hermana se sienta bien, con la higiene conveniente y el silencio oportuno.

b) Atención espiritual: En la medida de lo posible, las hermanas enfermas deben continuar el ritmo comunitario de oración litúrgica (se entiende que en la enfermería, aquellas que no pueden acudir con la comunidad). Sobre todo para que no se sientan relegadas de la comunidad.

 § Con la Abadesa, con la hermana enfermera, con su director espiritual ha de mantener cercanía para que se sienta fortalecida por la gracia de Dios, sobre todo con la lectura de la Sagrada Escritura.

 § Sacramentos ordinarios: es de desear que continúen recibiendo los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia.

 § Unción de los enfermos: Como dijimos en el capítulo III, es muy conveniente que las hermanas enfermas puedan recibir la unción de los enfermos, para que la gracia las fortalezca y sean sostenidas por la confianza en Dios. Sin embargo, se ha de tener sumo cuidado con aquellas cuya salud está seriamente delicada ya sea por la enfermedad o por la edad. Es importante saber que la unción de los enfermos se puede administrar, si después de haber sido ungido vuelve a recaer en su enfermedad.

 § Viático. Conviene tener en cuenta que no se ha de esperar a que la hermana enferma esté inconsciente para que pueda recibir el viático, pues debe tener pena consciencia de que se está preparando para realizar su pascua. Sería muy loable que la hermana enferma recibiera el viatico dentro de la Misa, lo cual se podría celebrar en la enfermería.

 § Recomendación del alma. Acompañar a la hermana enferma o agonizante en este trance, asistirle y liberarle de lo que le impide realizar el encuentro gozoso con Dios, es una magnífica obra de misericordia.

4. Cuándo:

Es preciso no esperar la enfermedad para cuidarnos y atendernos unas a otras, sino que desde que estamos sanas hemos de aprender a cuidar nuestra propia salud, y a cuidar la salud de las hermanas.

 § Además es conveniente que aprendamos a atender a las hermanas enfermas, aun cuando es sólo un leve resfriado, con pequeños y delicados detalles como ofrecerles un té, etc.

 § Cuando enferman y requieren estar en cama. Es una atención más personalizada, pero pensemos que además de ser una obra de misericordia, quizá un día también requeriremos de esos cuidados.

 § Cuando se agravan. Supone una atención mucho más especial.

5. ¿Por qué? Por lo que ya hemos revisado a lo largo de nuestro trabajo.

  Porque la enfermedad es sólo una alerta del cuerpo que nos pone sobre aviso.

 Porque nuestra vida es un don de Dios que debemos cuidar y cultivar para darle gloria con un cuerpo sano.

 Porque la Iglesia como Madre nos dispensa de los medios necesarios para alcanzar la salud.

 Porque es un carisma fraterno que nos amemos y cuidemos como una madre al hijo de sus entrañas y ante todo, sanas y enfermas: «sobrellevarlo con paz».

6. Las enfermas espiritualmente:

 Debemos evitar la murmuración. “No decir detrás de la hermana, nada que no podamos decir, en caridad, delante de ella”.

 Cubrir con caridad las espaldas de la hermana en dificultad.

 Orar con fervor y constancia por la hermana para que el Señor ilumine su corazón moviéndola a penitencia..

 Ofrecer de corazón y de hecho el perdón misericordioso.

 La Madre debe aconsejar, y animar a la hermana a cambiar de actitud, y no una vez, sino insistentemente.

 Ofrecerle la ayuda espiritual y psicológica si fuere necesario.

No pretendo agotar los medios, sólo ofrezco algunos. Así concluyo este trabajo que personalmente es el principio de una gran tarea.

«Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas y sed siempre cuidadosas de guardar cuanto habéis prometido a nuestro Señor»

(Santa Clara de Asís)

Notas al pie de pagina

106 En adelante lo citaremos así: Proc

107 DELLO SPIRITO, Cristiana, El precio de la Luz, Trazos de un itinerario interior de Clara según el proceso de canonización, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XXV núm. 75 (1996) p. 433

108 Los datos y escritos biográficos los citaremos de OMAECHEVARRIA, Ignacio, Escritos de Santa Clara y documentos complementarios, BAC 314, Madrid, 2006 (Quinta impresión), p. 18

109 Ibíd, Proc II,8

110 DELLO SPIRITO, Cristiana, p. 436

111 Proc I, 11

112 Ibíd IX, 3

113 Ibíd I, 11 y VI, 14

114 Ibíd IX, 2

115 Ibíd

116 DELLO SPIRITO, Cristiana, p. 436

117 LCl 39

118 Cf. ESSER, K., Temas Espirituales, Editorial Aranzazu, Oñate, 1980, p. 225

119 IRIARTE, Lázaro, Escritos de San Francisco…, p. 35, 1R X, 3

120 SCHMUCKI, Octaviano, «Loado seas, mi Señor, por aquellos que…soportan enfermedad» Interpretación Franciscana de la Enfermedad en Selecciones de Franciscanismo, vol. XVII, núm. 49 (1988) 25-36

121 CtaM 13-17; 1R V,7-8

122 SCHMUCKI, Octaviano, «Loado seas, mi Señor…, Ibíd

123 Ver también 2R X, 9

124 Adm 5

125 En el sentido que venimos diciendo de “enfermedad”

126 Cf. ESSER, K., «Nadie se enorgullezca, sino gloríese en la cruz del Señor», (Adm 5) en Selecciones de Franciscanismo, vol. XIII, núm. 39, (1984), 347-512

127 SCHMUCKI, Octaviano, «Audite, poverelle» el redescubierto canto de exhortación de san Francisco para las Damas Pobres de san Damián, en Selecciones de Franciscanismo, Vol. XIII, núm. 37 (1984), 129-143