Santa Clara de Asis
Chiara di Assisi nació en 1194. Su madre, Ortulana rezaba por el feliz nacimiento de su hija y mientras oraba, escuchó una voz que le dijo: “No temas porque darás a luz, una luz que brillará en toda la tierra”. Ella dio a luz felizmente y la niña fue bautizada con el nombre de Chiara (Clara). Su padre, Favarone, era un noble, pero se cree que murió en una guerra, cuando Clara era aún pequeña y Monaldo, hermano de Favarone, quedó al frente de la familia.
Ortulana era una mujer piadosa, hizo peregrinaciones a Tierra Santa y a otros santuarios famosos. En su casa se practicaba la fe, se ayudaba a los pobres y se vivía una vida auténticamente cristiana.
ayudaba a los pobres y se vivía una vida auténticamente cristiana. Clara creció en este ambiente religioso, piadoso y caritativo. Desde pequeña hacía penitencias: llevaba un silicio debajo de sus lujosos vestidos y compartía su comida con los pobres, privándose en parte de ella.
Aun siendo muy joven, como era la costumbre, se intentó escoger para Clara un buen partido para un futuro matrimonio. Sin embargo, Clara nunca consintió con la propuesta que se le hacían; ella tenía en mente otros sueños: consagrarse a Jesucristo en virginidad, vivir pobre como él y no dar su corazón a ningún hombre sino conservarlo solamente para Dios.
Francisco y Clara
Clara era conocida ya en este tiempo como una mujer virtuosa y piadosa que hacía penitencias y ayudaba a los pobres. A pesar de su rango social de noble, se distinguía por su humildad y sencillez y era querida y respetada por la gente de Asís.
Francisco también oyó hablar de Clara. Por este tiempo él predicaba en las calles y en algunas iglesias de Asís; Clara lo escuchaba, su corazón comenzó a resonar con la palabra que Francisco predicaba. ambos comenzaron a buscar la ocasión de conversar y en esos coloquios donde hablaban de las cosas del Señor, Francisco la animó a un seguimiento radical de Jesucristo, en total pobreza. Su palabra penetró en el corazón de Clara, como semilla en tierra bien dispuesta y pronto decidió dejarlo todo, para seguir a Jesús como a su único Señor.
Era el Domingo de Ramos, 18 de marzo de 1212. Clara va a la Iglesia, vestida con gran elegancia, como era costumbre para las festividades religiosas. Las jóvenes se acercaban durante la celebración a recibir la palma o ramo de manos del obispo. Sin embargo, Clara permanece inmóvil en su sitio. ¿Qué le pasa? Tal vez por su mente se suceden imágenes donde se ve ya despojada de todo y hecha pobre por Cristo. Ante la sorpresa general, el mismo obispo baja hacia donde ella está para poner en sus manos el ramo de olivo bendito. ¿Fue quizá ésta la señal esperada, que le confirmaba que había llegado el momento de partir? Lo cierto es que para Clara fue algo así como una confirmación para dar inicio a su éxodo con Jesús, precisamente al comienzo de la Semana Santa. El ramo de olivo era a la vez un signo y una bendición para su nuevo camino.
Esa misma noche, todavía engalanada como novia, Clara huyó de su casa, saliendo por la “puerta de los muertos” (usada solamente cuando alguien moría y le llevaban a sepultar). Resulta impresionante la fuerza de esta joven mujer, para vencer los obstáculos de su huida. La puerta estaba fuertemente cerrada y cancelada con pesados hierros, pero ella la abrió y salió por ahí. Tuvo que escapar la vigilancia de su palacio, así como los guardias de la ciudad. Una vez fuera de los muros de Asís, Francisco y sus compañeros la esperaban en el valle.
Después de cortarle el pelo, como signo de penitencia y consagración a Cristo y a la Iglesia, Francisco lleva a Clara al Monasterio de las benedictinas de Bastia, donde encuentra asilo.
Monasterio de las benedictinas de Bastia, donde encuentra asilo. Ya se temían la reacción de su familia, que no se hizo esperar, pues al día siguiente, su tío Monaldo, al frente de un grupo de siervos armados, se presenta en el monasterio para llevarla por la fuerza. Clara no se intimida; se niega a salir y abrazando los manteles del altar con una mano, descubre con la otra su cabeza. Cuando ellos vieron que tenía el cabello cortado, se dan por vencidos porque saben que está consagrada y que la Iglesia la ampara. Dos semanas después se le une su hermana menor Inés.
Sin embargo, el espíritu de Clara no encontraba la paz; no era esta forma de vida la que su corazón anhelaba. Deja el monasterio y va a vivir por un tiempo con las reclusas del monte Subasio, un grupo de mujeres religiosas que viven una vida semi-eremítica, pero tampoco allí encuentra lo que ansía y finalmente Francisco la lleva junto con Inés, a San Damiano, la ermita que él con sus manos había reconstruido y donde escuchó la voz del Crucificado: “Francisco, ve y repara mi Iglesia”.
Vida de Santa Clara en San Damián
Clara comienza a vivir con las hermanas que poco a poco se le van uniendo. Francisco escribió para ellas una Forma de Vida en pocas palabras. Clara era una mujer orante, dicen sus hermanas que de noche se levantaba y hacia vigilias la mayor parte del tiempo la ocupaba en la oración; ayunaba tanto que Francisco le manda moderar los ayunos. Estuvo enferma durante veintinueve años, y durante su enfermedad se dedicaba a hacer corporales para las iglesias pobres.
El estilo de vida en San Damián es el de una comunidad unida en el amor de Cristo, amado y servido en la Eucaristía, en la divina Palabra, en cada hermana y hermano tanto cercanos como lejanos. La caridad de las hermanas en San Damián abarcaba el mundo entero en su orante intercesión. Los muros del monasterio no aprisionan el corazón de Clara y sus hermanas, sino que lo dilatan hasta los confines de la tierra en un deseo de paz en y ferviente plegaria por la salvación de la humanidad.
Clara escribió, superando muchos obstáculos, su propia Regla, que era la forma de vida que ella y sus hermanas vivían en San Damián, y que dejó como herencia a sus hermanas futuras. Clara es la primera mujer que ha escrito una Regla para mujeres aprobada por la Iglesia. Las líneas claves de la Regla son: el amor a Cristo pobre y crucificado, la unión fraterna en el vínculo de la caridad, la altísima pobreza de nuestro Señor Jesucristo, la clausura corporal como signo de pertenencia exclusiva a Jesucristo y medio de liberación espiritual. Clara ve en la pobreza de Cristo, el camino real que libera el corazón para entregarse exclusivamente al amor de Dios y del prójimo; pobre de todo aquello a lo cual el ser humano puede atar su corazón y que puede obstaculizar su marcha hacia el Señor.
Su Regla, como la de Francisco, comienza con estas palabras: “La forma de vida de la Orden de las Hermanas Pobres es esta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad.”
Muerte de Santa Clara
La Regla por la que tanto luchó Clara, incluyendo el Privilegio de la Pobreza, por el cual no podía ser obligada a recibir posesiones ni rentas, sino vivir del trabajo de sus manos y confiando en la Divina Providencia, fue finalmente aprobada antes de morir. La Bula de aprobación le fue presentada en su lecho de muerte y con gozo en el corazón pudo ir en paz alabando a Dios con estas palabras: “¡Bendito seas tú, Señor, que me has creado!” Era el 10 de agosto de 1253.
La carta anunciando su muerte dice: “Clara caminó por este mundo, pero su alma estaba en el cielo, ella fue un vaso de humildad, una llama de caridad, y su bondad fue amable, sostuvo a los demás con paciencia, fue constructora de paz, suave de palabra y acción, cariñosa y dulce con todos.
“Que toda la compañía de los fieles se alegre porque el Señor y Rey del cielo a escogido a su hermana y compañera por su esposa.”
La carta anunciando su muerte dice: Clara caminó por este mundo, pero su alma estaba en el cielo, ella fue un vaso de humildad, una llama de caridad, y su bondad fue amable, sostuvo a los demás con paciencia, fue constructora de paz, suave de palabra y acción, cariñosa y dulce con todos.
María Lorenza Longo.
¿Quién era Lorenza Longo?
Se cree que María nació entre 1463 en Cataluña, España. Se casó con un hombre noble, Joan Llonc.
La joven señora, reprendía a sus criadas y las tenía bien controladas hasta el punto de ser odiada por una de ellas. En una ocasión María estaba bailando; bailar es expresión de júbilo y alegría. Ella pidió de beber a su sierva y la criada perversa le dio una bebida en la había mezclado un veneno, tratando de matarla. Ella escapó de la muerte, pero quedó paralítica durante 20 años, estropeada de manos y pies.
Poco después se traslada a Nápoles con su marido, quien muere en 1509. En 1510, a los 47 años de edad, la viuda María visitó el santuario de la Virgen de Loreto y experimentó misteriosamente una curación milagrosa, unida a una transformación interior. A partir de ese momento su vida cambia y se dedica a ayudar a los pobres y especialmente a visitar a los enfermos. En agradecimiento a la Virgen de Loreto, cambia su nombre a Maria Laurencia o Lorenza.
Hospital de los Incurables
Junto con otras damas, fundó el hospital de los incurables y vistió el hábito de la Tercera Orden de San Francisco de Asís. Formaba parte del círculo de la Compañía del Divino Amor, que, entre sus obras de caridad, se dedicaba a ayudar a los enfermos incurables.
Hizo todo lo posible porque los Capuchinos, recién fundados en 1525, vinieran a Nápoles. A su llegada los hospedó primero en el Hospital de los Incurables y luego les construyó en 1530 su primer convento en S. Efrén el Viejo. En 1535 fundó el monasterio de terciarias franciscanas que en 1538 profesaron la Reglas de Santa Clara y fueron confiadas a la dirección espiritual de los capuchinos.
Fundación de las Capuchinas
María Longo, a los 72 años, siendo ya anciana y enferma pidió pasar de la vida activa a la contemplativa y se recluyó en el monasterio por ella fundado bajo el nombre de Santa María de Jerusalén.
Muerte de la Madre Lorenza Longo
La venerable María Longo cayó en cama en un profundo desfallecimiento. Sólo los golpes de las hermanas la hicieron volver en sí después de casi media hora. Pero ella sonriendo
exclamo: ¡Que Dios os perdone! No hubiese vuelto, jamás hubiese tornado. ¡Oh que cosa he visto, que cosa he visto! ¡Marcharemos, marcharemos!
Entre los ejemplos de santidad de las hermanas capuchinas destacan la fundadora, que murió el 21 de diciembre de 1542 en loor de santidad, y la estigmatizada Santa Verónica Giuliani (1660-1727), con su voluminoso diario donde relata sus experiencias espirituales, que la convierten en una de las mayores místicas contemplativas de la Iglesia. Recordamos también a su discípula la beata Florida Cévoli (1685-1767) y a la beata María Magdalena Martinengo (1687-1737), prodigio de penitencia y austeridad.
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